martes, 29 de julio de 2014

Desenmascarando al miedo

Ayer, creo que en un capítulo de "Dos metros bajo tierra", dijeron una frase que me llamó la atención. Era algo así como "si algo te da miedo es que tienes que ir a por ello". Me pareció muy curiosa la forma de enfocar una de las emociones que más problemas nos causan. Cuando algo nos da miedo, corremos en la dirección contraria. Esta frase sugiere que vayamos derechos a lo que nos da miedo y le plantemos cara.

En otra película, "After Earth", de Will Smith, hablaron también sobre el miedo. "El miedo no es real. El único lugar donde puede existir es en nuestros pensamientos sobre el futuro. Es producto de nuestra imaginación, que hace que temamos cosas que no existen en el presente ni a lo mejor, nunca existirán. Eso casi roza la locura. El peligro es real, pero el miedo es una opción".



Y justamente anoche, mientras daba vueltas en la cama sin poder dormir, reflexioné sobre cómo, sin darnos cuenta, dejamos de estar en contacto con nuestra esencia. Creemos que nos conocemos, que sabemos por qué hacemos las cosas. Nos damos a nosotros mismos explicaciones. Y no nos las cuestionamos demasiado, las damos por válidas con facilidad. Yo a veces lo hago y algunas veces, lo reconozco, al cabo de un tiempo,  no me convencen. Pura palabrería, ¿qué hay debajo?

Llegar al fondo de nuestras verdades da miedo. Porque si las tapamos bajo capas de idealismo y lógica barata es por alguna razón que no nos interesa admitir.

Me refiero al concepto de vivir el momento, que todos hemos escuchado muchísimas veces. Y que alguna que otra vez, de forma aislada, nos hemos aplicado, pero con moderación. En temas importantes, nos aferramos a un clavo ardiendo antes que admitir que la vida es un caminar por una cuerda floja sin red de seguridad. Que nada dura para siempre, que todo lo que tenemos puede cambiar. Esta es otra frase que, viniendo al caso, escuché en la mencionada serie de más arriba: "Toda una vida puede cambiar en un segundo y jamás se presiente cuando llega". La realidad es que sólo tenemos este preciso momento.




Entre un ideal y la realidad, ya por definición, poca similitud hay. Tampoco es que haya que renunciar a todos los ideales que tenemos, pero... ¿cuántas veces nos paramos a revisarlos?, ¿han madurado con nosotros o son infantiles?, ¿nos son útiles o es que nos empeñamos en que la realidad se adapte a ellos a toda costa?

En el fondo, suele ser un problema de querer seguridad en algo que no se puede asegurar. De querer garantías. Pero no las hay.


Vivir el momento da miedo. Tenemos miedo a sentir y que se acabe. A que sea una historia frustrante más. Y llega una edad en la que la mayoría lo que tiene tras de sí es un pasado lleno de frustraciones más o menos aceptadas. Pero, aunque lo malo abunde, cada persona es única. Y nosotros no somos las mismas personas de hace un tiempo. En el pasado, lo hicimos lo mejor que pudimos. Decidimos en base a lo que sentíamos, pensábamos y conocíamos. Aún así, si el resultado fue negativo, tenemos miedo a que se vuelva a repetir y ver que no hemos aprendido nada. Pero, ¿de qué sirve juzgar el presente en base a algo que no está ya ahí? Sobretodo, porque el miedo acaba creando más problemas de los que intentaba solucionar.





A veces, nos justificamos las cosas de forma convincente. Pero eso no quiere decir que sean ciertas. Otras veces, como decía un buen amigo, mezclamos la velocidad con el tocino y no nos damos cuenta. Yo, por ejemplo, usaba la metáfora de la piscina para justificar mi forma de conocer a los hombres: Antes de tirarme en una piscina, tengo que saber si hay agua o no. Lanzarme de cabeza sin saberlo, es una auténtica locura. Si no hay suficiente agua, el daño puede ser grave. Pero la verdad es que las piscinas y las personas no son cosas comparables, aunque la metáfora siga pareciendo lógica. Estará bien dedicar un tiempo a conocer a alguien, sólo que esto no es garantía de que realmente se le vaya a conocer. Nos acabamos convenciendo de que necesitamos esas seguridades, aunque sepamos que son falsas. Superar esa necesidad requiere un cambio de paradigma en nuestras creencias y esto no es nada fácil porque no solemos detectar que el problema está en ellas, ya que las damos por verdades absolutas. Otra vez, lo que nos hace aferrarnos a ellas con todo nuestro ser y convicción es que ponerlas en duda es enfrentar el miedo a que las cosas no sean lo que parecen y que no exista una fórmula matemática para aprehender la realidad.


Por eso, si algún día te levantas de la cama y te preguntas a ti mismo, en referencia a hacer algo que no sueles hacer por algún miedo, ¿por qué no?, ¿por qué no dejarse llevar? No te contestes. Hazlo.


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