lunes, 23 de julio de 2012

Adán y Eva

O, lo que es lo mismo: las diferencias entre hombres y mujeres. Realmente somos tan diferentes? Es evidente que sí, que somos muy diferentes, pero esas diferencias tienen un origen biológico y natural, es decir, son intrínsecas? O son extrínsecas y tienen un origen social?

Cuando se examinan estudios sobre diferencias de género, se ve con claridad que gran parte de las diferencias son impuestas por la sociedad. Seguramente, al leer esto, muchas personas tengan un primer pensamiento de que esto no es así, que a ellos nadie les impone nada, que tienen una personalidad definida porque son así y punto. Pero no, nada más lejos de la realidad. Aunque en estos temas hay debate por la dificultad de poder hacer experimentos claros y concluyentes, ya que no somos ratas de laboratorio a las que se pueda aislar para observar, sí hay consenso en que gran parte de estas diferencias no son por ser hombres o mujeres, sino porque se nos educa de forma diferente. El ser hombre o mujer tiene un significado diferente para la mayoría de las sociedades. Al igual que el ser niño o adulto o ser persona o animal. O perteneder a un mismo grupo o a otro diferente. Las diferencias son, como se dice en este ámbito, "pactadas socialmente". Las personas, dentro de sus respectivas sociedades, construyen la realidad, dando significados diferentes a las cosas y tratándolas, por lo tanto, de forma diferente. Por supuesto que hay diferencias entre hombres y mujeres innegables, como sucede en muchas otras especies de animales. En gran parte dirigidas a la reproducción y la supervivencia de la especie. Este tipo de motivos explica por qué nos sentimos más atraídos por las personas con un buen físico, porque la salud se refleja en los rasgos (en la simetría, en el buen aspecto de éstos, en la lozanía...) o con un alto poder adquisitivo (al ser sinónimo de poder vivir mejor).

Pero, sobretodo, las diferencias que hoy día vemos en hombres y mujeres son culturales: se dice que los hombres son fuertes y las mujeres, sufridas. Que ellos son competitivos y, nosotras, más colaboradoras. Que el hombre es activo y, la mujer, pasiva. Todos conocemos casos en los que estos prejuicios no se cumplen pues hay mucha variabilidad entre los propios hombres y las propias mujeres y entre hombres y mujeres. Y precisamente, esa variabilidad entre personas de un mismo sexo es lo que no se tiene en cuenta con este tipo de estereotipos llamados de género. La variabilidad está presente entre nosotros porque somos personas y somos complejos, más que por ser hombres o mujeres. Las igualdades entre pesonas de un mismo sexo son, en gran parte, debidas a nuestro proceso de socialización. Éste proceso es necesario para asimilar la cultura de nuestro entorno y poder adaptarse, sintiéndose parte de ella e integrarse en gran medida.

Por eso, socialmente se nos presiona para que nos adaptemos al modelo cultural predominante. Hoy día ya sabemos cuál es. Si eres mujer, tienes que ser perfecta: Lucir lo más joven posible, llevar un pelo impecable, vestir bien y sexy o coqueta, sacarte partido físicamente mediante maquillaje o truquillos, hacerle la guerra a los kilos de más o imperfecciones como la celulitis o las durezas de los pies... La mujer, de pies a cabeza, sufre la presión del cánon de belleza imperante. Si eres hombre, cada vez más la imagen está presionándolos para conducirlos también a la canonización de la totalidad de sus cuerpos: tienen que ir al gimnasio y parecerse a atletas griegos, depilarse en ciertas zonas (aunque aún en menos zonas que la mujer), cuidar su aspecto... pero aún tienen más licencias que las mujeres no tenemos, como poder llevar el pelo cano y lucir con orgullo las arrugas, atribuyendo a ese aspecto más madurez. Una mujer, en cambio, no puede permitirse sentirse sexy si deja su melena cana y no intenta evitar esas arrugas... aunque siempre hay excepciones, pero la idea de mujer madura en nuestra sociedad no se promueve como deseable para el sexo contrario. En cambio, los defectos del hombre que se aleja del cánon, como tener barriga (llamada curva de la felicidad) o perder pelo en la cabeza o tener un exceso de vello en el cuerpo, tienen significados positivos (la calvície es signo de virilidad; el hombre como el oso, cuanto más peludo, más hermoso).

Y esto sólo en lo que a físico se refiere, que es quizás donde más evidente se ve esa presión social por ser como se espera que seamos. Pero, en cuanto a nuestra personalidad y nuestros actos, también hay una gran normativa a seguir si una persona quiere sentirse aceptada y no ir contracorriente. En cuanto a conducta, ciertas cosas son mal vistas en general, pero más aceptadas en los hombres e incluso algunas bien vistas: pedos, eructos, rascarse las partes en público, decir palabrotas o alzar la voz al hablar, no usar desodorante, andar como si se acabara de desmontar de un caballo y sentarse con las piernas bien abiertas, ir sin camiseta cuando hace calor... En cuanto a personalidad, el ser menos expresivo, el no esforzarse por comunicarse ni por entender a la otra persona, el ser cabezón, el ser agresivo... son algunas cosas más toleradas en hombres e, incluso, algunas de ellas, incentivadas socialmente para seguir este interesante conflicto hombre-mujer. Las mujeres pueden permitirse el lujo de ser más expresivas, pero pagando el precio de parecer más inestables emocionalmente. Las hormonas justifican muchas veces ciertos comportamientos femeninos indeseables. A la mujer se le permite ser más infantil en cuanto a su carácter.

Ya antes incluso de nacer, nuestros padres nos buscan un nombre apropiado según nuestro sexo y los familiares y ellos mismos buscan ropita de un color determinado según se sea niño o niña. Nos hacen agujeros en las orejas si somos niñas, nos regalan distintos juguetes, nos hablan de forma diferente... A las niñas se las halaga más diciendo que son unas señoritas y a los niños, que son unos machotes. Crecemos aprendiendo, sin darnos cuenta, qué se espera de nosotros y adaptándonos a ello para recibir nuestras recompensas, que pueden ser sutiles como complacer a nuestros padres y ganarnos su amor y atención. Mientras tanto, desde la televisión y demás medios de comunicación de masas, nos transmiten modelos a seguir según nuestro sexo. Hoy día, más que nunca, estamos asistiendo a una hipersexualización de las niñas, que ya con poca edad empiezan a usar tacones, maquillaje, ropa provocativa, poses y lenguaje sexual, temas de conversación de adultos y precocidad para mantener las primeras relaciones íntimas con el otro sexo. Estan constantemente bajo la influencia social, a través no ya de la televisión y el cine, sino sobretodo de internet, que propaga los estereotipos y valores dominantes de forma implacable mediante los iconos culturales de turno, que en nuestra época están encarnados sobretodo en actores bellos y jóvenes de éxito.

Hoy día la presión social es menos evidente que antaño y hay más libertad para ser como uno quiere. Pero es una libertad con consecuencias: si una mujer decide potenciar su lado masculino demasiado, no será vista por la mayoría de hombres muy deseable, así como si un hombre hace lo mismo, las mujeres no se sentirán muy atraídas por él. Porque esperamos que las mujeres sean femeninas y los hombres viriles. Las fronteras entre lo aceptado y lo no aceptado se pactan socialmente. Hoy día son más amplias que hace unas décadas, pero siguen estando ahí, para nada han desaparecido.

Constantemente, al hablar con mujeres sobre hombres, suelen salir a relucir los prejuicios. También, hablando con hombres sobre mujeres, pasa lo mismo. Hay como una desconfianza, una cultura de la diferencia que nos hace vernos como enemigos hasta que no quede claro que tenemos objetivos comunes. Ya desde los primeros contactos con alguien que nos interesa, nos preocupamos pensando si hacemos bien en llamarle o enviarle un sms para saber de él o quedar otra vez, temiendo que la respuesta nos haga perder nuestra posición ventajosa, al quedar claro que sentimos interés. Y, si no recibimos la respuesta que deseábamos, nos sentimos rechazados y anotamos en nuestra libretita de errores el haber llamado o enviado sms demasiado rápido, sin esperar que él o ella antes diera pasos hacia nosotros. Para no quedar mal. Porque, en lo que se refiere a relaciones entre hombres y mujeres (entendiendo como relación no sólo las de pareja, sino también cualquier forma de trato antes de llegar a ese punto), parecemos más preocupados en mantener nuestra autoestima en base a lo que la otra persona haya podido pensar de nosotros que no en ser fiel a nuestros ideales, en ser coherentes y consecuentes con uno mismo, en sentir que al menos por parte de uno mismo ya se ha intentado y quedarse en paz. Y, sobretodo, en entender que no siempre el rechazo de la otra persona significa que no le interesemos, porque a veces el estar en un momento circunstancial o vital concreto es más determinante que el que alguien te atraiga o no. Esto quiere decir que a veces lo que hace que esa persona que nos interesa no esté receptiva a nuestras propuestas de contacto son cosas suyas que no tienen mucho que ver con nosotros, con nuestros defectos o los errores que hayamos podido cometer al intentar atraer su atención. Por lo tanto, basar nuestras futuras acciones en lo bien o mal que nos haya ido haciendo lo mismo en el pasado, no tiene mucha base si tratamos con personas distintas. Sólo estaremos perpetuando los estereotipos de que ellos son así y nosotras, asá.

Como diría Foucault, el poder no es algo que sólo tengan los poderosos, sino que está ahí, en cualquier relación humana. Pero depende de uno mismo que necesitemos tener siempre la sensación de que lo controlamos todo y de que la otra persona no nos domina.

Y, empezar viéndonos unos a otros, por encima de las diferencias, como personas y, por lo tanto, imperfectas, igual acaba influyendo positivamente en nuestra forma de sentirnos y percibirnos. Por eso yo propongo que, cuando tratemos con el sexo contrario, no basemos nuestras conclusiones en los estereotipos por ser hombres o mujeres, sino que hagamos el ejercicio mental de pensar que esa otra persona tiene simplemente motivos que desconocemos para tratarnos así que seguramente no tienen nada que ver con que seamos de sexo opuesto. Y, de ser así, al menos no contribuyamos a ello. Igual no podemos cambiar a los demás, pero sí podemos intentar mejorar nosotros mismos, promoviendo con nuestro ejemplo formas alternativas de vernos y pensarnos. De esta forma, cuando las otras personas no actúen como nos gustaría, podremos pensar que, simplemente, las cosas no siempre salen como uno quiere. Así no estaremos poniendo nuestra autoestima en otras manos, sobretodo en la de desconocidos!