martes, 1 de diciembre de 2015

El milagro del amor

Anoche, mientras mi novio me besaba, me preguntó qué significaba mi mirada "ambigua". Sonriéndole, le dije que nada especial, que estaba bien. Pero una vez a solas con mis pensamientos, reflexioné sobre ello: ¡Es tan extraño, el que estemos juntos! Porque hace un tiempo éramos dos desconocidos. Y ahora, somos pareja. Dos personas que unen sus caminos, que de un día para otro cuentan la una con la otra, tan a mano y tan familiarmente que cualquiera diría que siempre estuvimos juntos.

Y, a veces, lo miro y me maravillo. De que nos importemos el uno al otro, de que nos hayamos acostumbrado a tenernos, de que ya esperamos que siempre sea así. Me abraza o le abrazo yo, me cuenta sus cosas o yo las mías y damos por hecho que nuestro afecto sigue ahí.

Pero es sólo una ilusión, un momento efímero. Aunque también una realidad, nuestra realidad. Y deseamos que perdure. El milagro del amor.

Porque la naturaleza del amor es de por sí voluble y móvil y vivimos nuestro día a día como si fuera algo seguro e inamovible. Y así lo creemos: sólo una fuerza mayor podría separarnos, sólo algo que estuviera por encima de nuestras voluntades. Lo demás, se puede trabajar.

Yo lo miro y me siento enamorada, como el primer día que empezamos a salir, que le pregunté "pero, ¿estamos saliendo?" y me contestó "Pues claro".  "¡Qué ilusión!", fue mi sincera respuesta. Ya ha pasado un año desde ese día. Pero me parece que fue ayer. Porque aún siento lo mismo.

Y, mientras siga sintiendo esta ilusión cuando le miro a los ojos, mientras siga viendo en ellos esa mirada tan suya, seguiré maravillándome de estar viviendo el milagro del amor.



martes, 29 de julio de 2014

Desenmascarando al miedo

Ayer, creo que en un capítulo de "Dos metros bajo tierra", dijeron una frase que me llamó la atención. Era algo así como "si algo te da miedo es que tienes que ir a por ello". Me pareció muy curiosa la forma de enfocar una de las emociones que más problemas nos causan. Cuando algo nos da miedo, corremos en la dirección contraria. Esta frase sugiere que vayamos derechos a lo que nos da miedo y le plantemos cara.

En otra película, "After Earth", de Will Smith, hablaron también sobre el miedo. "El miedo no es real. El único lugar donde puede existir es en nuestros pensamientos sobre el futuro. Es producto de nuestra imaginación, que hace que temamos cosas que no existen en el presente ni a lo mejor, nunca existirán. Eso casi roza la locura. El peligro es real, pero el miedo es una opción".



Y justamente anoche, mientras daba vueltas en la cama sin poder dormir, reflexioné sobre cómo, sin darnos cuenta, dejamos de estar en contacto con nuestra esencia. Creemos que nos conocemos, que sabemos por qué hacemos las cosas. Nos damos a nosotros mismos explicaciones. Y no nos las cuestionamos demasiado, las damos por válidas con facilidad. Yo a veces lo hago y algunas veces, lo reconozco, al cabo de un tiempo,  no me convencen. Pura palabrería, ¿qué hay debajo?

Llegar al fondo de nuestras verdades da miedo. Porque si las tapamos bajo capas de idealismo y lógica barata es por alguna razón que no nos interesa admitir.

Me refiero al concepto de vivir el momento, que todos hemos escuchado muchísimas veces. Y que alguna que otra vez, de forma aislada, nos hemos aplicado, pero con moderación. En temas importantes, nos aferramos a un clavo ardiendo antes que admitir que la vida es un caminar por una cuerda floja sin red de seguridad. Que nada dura para siempre, que todo lo que tenemos puede cambiar. Esta es otra frase que, viniendo al caso, escuché en la mencionada serie de más arriba: "Toda una vida puede cambiar en un segundo y jamás se presiente cuando llega". La realidad es que sólo tenemos este preciso momento.




Entre un ideal y la realidad, ya por definición, poca similitud hay. Tampoco es que haya que renunciar a todos los ideales que tenemos, pero... ¿cuántas veces nos paramos a revisarlos?, ¿han madurado con nosotros o son infantiles?, ¿nos son útiles o es que nos empeñamos en que la realidad se adapte a ellos a toda costa?

En el fondo, suele ser un problema de querer seguridad en algo que no se puede asegurar. De querer garantías. Pero no las hay.


Vivir el momento da miedo. Tenemos miedo a sentir y que se acabe. A que sea una historia frustrante más. Y llega una edad en la que la mayoría lo que tiene tras de sí es un pasado lleno de frustraciones más o menos aceptadas. Pero, aunque lo malo abunde, cada persona es única. Y nosotros no somos las mismas personas de hace un tiempo. En el pasado, lo hicimos lo mejor que pudimos. Decidimos en base a lo que sentíamos, pensábamos y conocíamos. Aún así, si el resultado fue negativo, tenemos miedo a que se vuelva a repetir y ver que no hemos aprendido nada. Pero, ¿de qué sirve juzgar el presente en base a algo que no está ya ahí? Sobretodo, porque el miedo acaba creando más problemas de los que intentaba solucionar.





A veces, nos justificamos las cosas de forma convincente. Pero eso no quiere decir que sean ciertas. Otras veces, como decía un buen amigo, mezclamos la velocidad con el tocino y no nos damos cuenta. Yo, por ejemplo, usaba la metáfora de la piscina para justificar mi forma de conocer a los hombres: Antes de tirarme en una piscina, tengo que saber si hay agua o no. Lanzarme de cabeza sin saberlo, es una auténtica locura. Si no hay suficiente agua, el daño puede ser grave. Pero la verdad es que las piscinas y las personas no son cosas comparables, aunque la metáfora siga pareciendo lógica. Estará bien dedicar un tiempo a conocer a alguien, sólo que esto no es garantía de que realmente se le vaya a conocer. Nos acabamos convenciendo de que necesitamos esas seguridades, aunque sepamos que son falsas. Superar esa necesidad requiere un cambio de paradigma en nuestras creencias y esto no es nada fácil porque no solemos detectar que el problema está en ellas, ya que las damos por verdades absolutas. Otra vez, lo que nos hace aferrarnos a ellas con todo nuestro ser y convicción es que ponerlas en duda es enfrentar el miedo a que las cosas no sean lo que parecen y que no exista una fórmula matemática para aprehender la realidad.


Por eso, si algún día te levantas de la cama y te preguntas a ti mismo, en referencia a hacer algo que no sueles hacer por algún miedo, ¿por qué no?, ¿por qué no dejarse llevar? No te contestes. Hazlo.


martes, 15 de julio de 2014

El mundo de las citas online

Bienvenidos al canibalismo del amor! En las páginas de citas online y no me refiero a las de sexo, sino a ésas en las que se supone que las personas apuntadas buscan relaciones de pareja o "amorosas", podrás probar y ser probado por múltiples personas en busca del "trago" o "plato" perfecto, así sea por ser el más dulce que han probado o fuerte o atractivo o divertido. Mientras te lo puedas permitir. Y más vale que te esfuerces en gustar porque la naturalidad y sinceridad no venden bien.



Desde hace varios años es frecuente transitar por este tipo de webs intentando encontrar lo que en un principio todos decimos querer: una persona normal de la que enamorarse y poder compartir la vida. Es una experiencia personal pero también puede servir como fuente de reflexión sobre la forma que tenemos las personas de relacionarnos en la actualidad. Pues bien, gracias a estas páginas aprendes que la normalidad no existe y las personas que sueles conocer pueden ser a cada cual más rara. Aunque, simplemente, esto es un reflejo de lo que también hay en otros ambientes donde se busca pareja, si bien tienen sus particularidades.

Proliferando ahora las webs de contactos gratuitas, es más fácil que nunca el conocer a gente que te pudiera gustar. Pero nuevos peligros acechan a quien pretende moverse por estos medios con el objetivo de conocer a su mal llamada media naranja.

Es frecuente que muchas personas no pongan foto. A veces es para que no se las reconozca, otras porque no creen ser atractivos y creen que las fotos les restarían puntos ante la gran competencia. Pero también así es más difícil llamar la atención y uno tiene que ser quien tome la iniciativa para iniciar contactos, siendo estos más difíciles. Otros ponen fotos falsas o que no representan la realidad. Fotos de otras personas o donde no se les ve bien o de cuando tenían 10 años menos o 10 kg menos. Fotos de paisajes, de los lugares que han visitado, de frases románticas con dibujitos y demás pero no personales. 

El problema de las fotos que no representan a la persona o cuando no hay foto, es que te imaginas de una determinada manera cómo es. Te haces a la idea. Y cuando llega la hora de la cita en persona, si ésta es muy diferente, la primera impresión será negativa. Enfado, rechazo, decepción, sentirse engañado... 


Aunque pongas buenas fotos y seas una persona atractiva y todo un partidazo, tu problema no se acaba aquí. La primera cita parece decisiva. Ahí se ve si la persona con la que has estado chateando un poco (o un mucho) es real, si hay feeling o química, si te parece agradable en aspectos que no se pueden ver en una pantalla, como la voz, los gestos, las expresiones... 

A veces, vas y te sientes engañado. Puedes conversar agradablemente con esa persona, por si con el trato tu opinión cambia y dar la mala noticia al llegar a casa o al día siguiente, antes de que la otra persona se haga ilusiones. Otras personas prefieren ser claras nada más llegar y no perder el tiempo si ven que la otra persona no es lo que esperaban. También los hay que optan por bloquearte y borrarte de sus vidas sin ninguna explicación.


Pero supongamos que la otra persona nos atrae y que todo parece ir bien. Incluso te pueden hacer creer que habrá una siguiente cita. Y ésta puede llegar a realizarse, yendo aún un poco más lejos en cuanto a buenas sensaciones e intimidad.



Yo he llegado a tener hasta cuatro buenas citas. Si bien para mí la clave siempre es que el interés, se demuestra interesándose. Y cuando se analizan las cosas, los mensajes suelen estar allá, a veces contradictorios, por lo que en sí mismos también apuntan a que la persona no está muy implicada en conocerte. Por lo que busco obviedades. Como se suele decir, hechos, no palabras. Que el proceso siga su curso sin precipitarse emocionalmente porque en cualquier momento pueden desaparecer a la francesa y ni darte una explicación. O inventarse incluso excusas a cual más original.

Por supuesto, que la mayoría de personas, cuando se presentan ante los demás, buscan causar una buena impresión y se definen como honestos y de confianza. Pero la confianza no es algo que nadie pueda ofrecer, es que tú te creas o no lo que te dicen. No está en la otra persona, está en uno mismo, es una elección, creer. Porque el principal engañado al respecto puede ser quien se llama a sí mismo como persona honesta y de confianza, siendo realmente alguien mentiroso que justifica con excusas su forma de ser y se autoconvence de que siempre hace lo correcto.

Por esta razón, alguien que te ha creado esta buena impresión puede un buen día, sin razón aparente, desaparecer del mapa. Lo decente es decir la verdad y explicar qué ha pasado. Lo cobarde es dar una excusa. Aunque lo normal es que simplemente aprovechen la facilidad de los medios en línea para ignorarte pues el tiempo que tú has invertido en conocer a esta persona no era tan importante como el suyo. Una vez no les importa tu opinión sobre ellos, ya no son ni tan honestos ni tan de confianza. Vuelven a ser unos desconocidos sin el mínimo interés por tu existencia.


Cuando pasas por este proceso muchas veces puede llegar a ser realmente frustrante e incluso pensar que hay algo malo en ti pues nadie parece llegar a querer conocerte. ¿Pero será eso cierto o más bien que la moda actual es repartir el tiempo libre entre cuant@s más, mejor? Una de mis teorías es que la mayoría tiene lo que podríamos llamar citas simultáneas. Si antes salir con dos era algo bastante raro y difícil, pues acababas conociendo a tus pretendientes en los lugares que frecuentabas y existía el riesgo de que uno de ell@s se acabara enterando, ahora esto es más fácil al tener la posibilidad de conocer a gente de diferentes poblaciones o barrios con los que frecuentar zonas muy alejadas entre sí. 


Y es que el consumismo, como bien dice Bauman en "Vida de consumo" también abarca el consumir a las personas como objetos. La obsesión por comprar lo mejor entre lo posible, el conseguir el mejor producto del mercado al menor esfuerzo invertido, acompañado con un creciente narcisismo que hace creer a la persona que ella merece ser idolatrada y agasajada por quien quiera algo de ella, hacen que el valorar a las personas como un todo sea cada vez algo más complicado. Lo superficial, el glamour del lujo con el que uno se rodee vende bien. Es el emboltorio. Y por muy joven, brillante, interesante, adinerado o cualquier otro atributo que uno pueda imaginar se sea, siempre habrá alguien mejor en eso. 

Hoy día, más que nunca, las personas se pasan la vida viendo los pájaros volar antes que abrir la mano para coger uno pues eso significa compromiso.



Quien siempre está pendiente de qué producto comprar no hace más que venderse a sí mismo, pues el producto en este caso también quiere comprar lo mejor, seguramente, entrando obligadamente y sin que sea algo de lo que se hable abiertamente, en un proceso de contínua cata de personas. Un cásting involuntario y casi siempre tabú, pues los otros participantes pasan a llamarse "amigos", "familia", "trabajo", "viajes"... En el sentido de que te dicen, con toda naturalidad "este fin de semana no puedo quedar, me ha surgido un compromiso familiar" o "ya he quedado con los amigos". 



 También los hay que nunca llegan a quedar en persona. Te dan el móvil, no para que les llames y preguntes cómo están y cuándo les va bien quedar, como se hacía antes, sino para poder watsapear en los ratos libres, pasando a ser un entretenimiento, mientras tal vez esperan que les sorprendas ingeniosamente o les propongas un plan irresistible sin que ellos tengan más que esperar en sus sofás. Pero ojo, porque el inicio de una relación puede marcar la evolución de ésta: si necesitas hacer agotadores esfuerzos y alardes para que alguien te dedique un poco de su tiempo y atención, posiblemente sea lo único que esta persona te pueda ofrecer. Pasarás a alimentar su enorme ego a costa de tu propia autoestima.


La raíz del problema de estas páginas es que las citas simultáneas no son sólo cosa de uno mismo, sino que todos tus pretendientes posiblemente hagan lo mismo. Si uno tiene varias citas con 5 personas diferentes y cada una de esas 5 personas tiene a su vez citas con otras 5, lo normal es no coincidir en gustos y quien te guste a ti se sienta más atraído por otra persona que a su vez se sentirá atraída por otra persona distinta. 4 de 5 serán rechazados, aunque otro cantar será que el elegido corresponda y no rechace a su vez.

La frustración que esto genera cuando se repite en el tiempo, hace que, de rebote, uno se vuelva más exigente y rencoroso y, por lo tanto, más superficial.


No sólo queremos comprar el mejor producto del mercado al menor precio posible, es que además se busca en la superficialidad pero que nos llene por completo rápidamente, instantáneamente. Que sea lo que siempre hemos estado esperando, esa persona única y especial que nos haga sentir una atracción irremediable a primera vista. Esto, en un momento en el que el romanticismo parece haber muerto es puro consumismo.



Tal vez el romanticismo nunca existió pero bien podríamos hacer de él una forma moderna de relacionarse, de querer ser tratado con respeto, como ser humano y no como objeto. De que muestren interés no en seducirte, sino en conocerte. De querer ganarse no tu deseo sino tu compañía. Aunque sólo sea una forma más de descubrir si hay o no compatibilidad. Desde la sinceridad y el reconocimiento del valor de los demás.

lunes, 4 de febrero de 2013

En la mirada del otro

Hay mucha gente que busca cariño. Y lo buscan en amigos, amantes, familiares... Los hay que van más lejos y lo buscan en conocidos o incluso desconocidos. Sentir ese calor humano es fundamental para sentirse personas.

Y ese calor humano sólo se percibe a través del "otro". Ese otro, esa otra persona, tiene que reconocernos como persona también y valorarnos. Tratarnos con ternura, respeto, consideración... es decir, tiene que validarnos como persona merecedora de afecto y reconocimiento.

Y mucha gente, mientras tanto eso no pasa, siente que no vale nada. Van por la vida como arrastrándose, sin sentirla plena. Sin esa otra persona que les dé calor humano, se siente vacía, la vida no tiene sentido. Más que vivir, se sobrevive.

Pero...¿por qué esperar que eso lo haga otra persona? ¿Esperamos que venga alguien y nos alimente cada mañana? ¿La vida no tiene sentido si no podemos vivirla con alguien?

Porque de vidas, sólo se tiene una. Así sea buena o mala. Y es uno mismo quien decide si ésta es o no buena o mala. Es una pena desperdiciarla, esperando a esa persona especial que nos haga sentir bien en nuestra piel. Esa responsabilidad debería ser aceptada por cada uno de nosotros y aprender a querernos, a mimarnos, a sentirnos.

Por ejemplo. Mucha gente está falta de caricias. Desearían que alguien les tocase, les rozase, les abrazase, les besase.... y, mientras tanto, la relación que mantienen con su propio cuerpo es fría, objetiva. Se duchan, se visten, se alimentan... sin sentir placer alguno. Sus sentidos no disfrutan de esas experiencias si no es estando acompañado. Viéndolo así, ¿no os parece que es algo ridículo? ¿Por qué vale más la caricia de alguien que parece apreciarnos que una caricia propia? ¿Es que por darla uno mismo no tiene valor? ¿Por qué desearíamos ducharnos con alguien para poder frotarle cariñosamente la espalda, vestirle para poder jugar con sus sensaciones o cocinarle o comer con él para poder saborear más esos alimentos? ¿Por qué esperamos que venga alguien a darle sentido a nuestra cotidianeidad si no somos capaces de dárselo nosotros mismos? ¿Por qué no podemos  tratarnos como trataríamos a alguien a quien queremos? ¿PORQUE NO NOS QUEREMOS SI NO NOS QUIEREN?

Tal vez deberíamos repasar nuestros por qués, de dónde vienen esos deseos y, sobretodo, para qué los seguimos teniendo si nos hacen infelices. Si compartimos la vida con alguien, será bonito, pero también lo es vivir nuestra vida, porque en ella misma está el propio milagro, no en las ajenas. Muchas veces, nadie nos enseña a querernos pero siempre es pronto para aprender a hacerlo, para iniciar un romance para toda la vida con uno mismo. Por supuesto, sin que esto excluya el valorar a los demás pero, sobretodo, sin que implique no poder hacerlo sino es mediante alguien.

Podemos empezar hoy mismo por aprender a disfrutar de la sensualidad de nuestro propio tacto, de nuestras caricias. Os animo a ello, !a relacionaros con vuestro cuerpo como lo haríais con el del ser amado!

Los manuales sobre hombres y mujeres

Siento decir que no hay manual al uso. Cada persona es una aventura, independientemente de su género.

Quien crea que conoce a alguien porque parece ajustarse a un perfil determinado, en el momento menos pensado puede descubrir que no lo conocía para nada. De hecho, si ya cuesta conocernos a nosotros mismos...

Y quien diga que todos los hombres o mujeres que ha conocido son iguales es que o no ha conocido a muchos o muchas y está generalizando, o no ha profundidazo en los que ha conocido.

Ni siquiera los gemelos monocigóticos son iguales al 100%. Pongo un ejemplo:

A mí me encantan las playas paradisíacas, valoro sus particularidades. Profundizando, puedes ver que sus gentes, su fauna, su flora... tanto acuática como terrestre, es variada y diferente. Comparten características, pero también se diferencian. Para otras personas, todas las playas paradisíacas se parecen y da igual ir a una que a otra. Su criterio para decidirse por una u otra, por ejemplo, podría ser el ir a la más económica o cercana. Y vista una, vistas todas.

¿Las playas son diferentes o no lo son? Para unos sí, para otros no. Depende de cómo sea uno de abierto mentalmente para apreciar las singularidades propias de cada cosa. La realidad es la misma pero cada uno la ve como quiere. Para alguien que aprecia los matices, el no verlos es empobrecer la vida. Para alguien que no los ve, el verlos es complicársela y andarse con tonterías. Así que, en definitiva, da igual que los hombres o mujeres sean o no complicados, lo importante es cómo cada una o uno aborda el tema, cómo abordamos el conocer a un hombre o mujer nuevos en nuestras vidas, si se le ve como un enemigo, como un posible amigo o amante, como uno más de tantos, como alguien único...

Claro que los manuales tranquilizan, y se venden como roscas, porque nos hacen pensar que podemos comprender de qué va la cosa y así movernos mejor en ese nuevo entorno, en el que apostamos nuestra autoestima según consigamos nuestros fines o no, pero toda generalización, ya por definición, no representa la realidad, por lo que sentir que se necesita un manual así es más bien por inseguridad, frustración, desencanto.... algo que no tiene nada que ver con esa otra persona, sino con uno misma, con la forma de sentirlo.

Y es que una de las cosas que más nos cuesta aceptar a los seres humanos es que no lo podemos controlar todo, y menos a otras personas. Porque el querer tener la ventaja de conocer mejor a esa otra persona es para poder tratarla de forma conveniente a nuestros objetivos y así conseguirlos. Es adecuar nuestro comportamiento para conseguir un fin: el amor, el sexo, una relación... Aceptar que nuestros objetivos no siempre estan en nuestras manos es liberador.

Por eso, en vez de sentir que se necesita un manual para entender al sexo opuesto, lo mejor es invertir esa energía en entenderse a uno mismo. Y disfrutar con ello. La relación que mantenemos con los demás puede ir y venir, pero la relación que mantenemos con nosotros mismos es para toda la vida. Vale la pena invertir en ella.

lunes, 23 de julio de 2012

Adán y Eva

O, lo que es lo mismo: las diferencias entre hombres y mujeres. Realmente somos tan diferentes? Es evidente que sí, que somos muy diferentes, pero esas diferencias tienen un origen biológico y natural, es decir, son intrínsecas? O son extrínsecas y tienen un origen social?

Cuando se examinan estudios sobre diferencias de género, se ve con claridad que gran parte de las diferencias son impuestas por la sociedad. Seguramente, al leer esto, muchas personas tengan un primer pensamiento de que esto no es así, que a ellos nadie les impone nada, que tienen una personalidad definida porque son así y punto. Pero no, nada más lejos de la realidad. Aunque en estos temas hay debate por la dificultad de poder hacer experimentos claros y concluyentes, ya que no somos ratas de laboratorio a las que se pueda aislar para observar, sí hay consenso en que gran parte de estas diferencias no son por ser hombres o mujeres, sino porque se nos educa de forma diferente. El ser hombre o mujer tiene un significado diferente para la mayoría de las sociedades. Al igual que el ser niño o adulto o ser persona o animal. O perteneder a un mismo grupo o a otro diferente. Las diferencias son, como se dice en este ámbito, "pactadas socialmente". Las personas, dentro de sus respectivas sociedades, construyen la realidad, dando significados diferentes a las cosas y tratándolas, por lo tanto, de forma diferente. Por supuesto que hay diferencias entre hombres y mujeres innegables, como sucede en muchas otras especies de animales. En gran parte dirigidas a la reproducción y la supervivencia de la especie. Este tipo de motivos explica por qué nos sentimos más atraídos por las personas con un buen físico, porque la salud se refleja en los rasgos (en la simetría, en el buen aspecto de éstos, en la lozanía...) o con un alto poder adquisitivo (al ser sinónimo de poder vivir mejor).

Pero, sobretodo, las diferencias que hoy día vemos en hombres y mujeres son culturales: se dice que los hombres son fuertes y las mujeres, sufridas. Que ellos son competitivos y, nosotras, más colaboradoras. Que el hombre es activo y, la mujer, pasiva. Todos conocemos casos en los que estos prejuicios no se cumplen pues hay mucha variabilidad entre los propios hombres y las propias mujeres y entre hombres y mujeres. Y precisamente, esa variabilidad entre personas de un mismo sexo es lo que no se tiene en cuenta con este tipo de estereotipos llamados de género. La variabilidad está presente entre nosotros porque somos personas y somos complejos, más que por ser hombres o mujeres. Las igualdades entre pesonas de un mismo sexo son, en gran parte, debidas a nuestro proceso de socialización. Éste proceso es necesario para asimilar la cultura de nuestro entorno y poder adaptarse, sintiéndose parte de ella e integrarse en gran medida.

Por eso, socialmente se nos presiona para que nos adaptemos al modelo cultural predominante. Hoy día ya sabemos cuál es. Si eres mujer, tienes que ser perfecta: Lucir lo más joven posible, llevar un pelo impecable, vestir bien y sexy o coqueta, sacarte partido físicamente mediante maquillaje o truquillos, hacerle la guerra a los kilos de más o imperfecciones como la celulitis o las durezas de los pies... La mujer, de pies a cabeza, sufre la presión del cánon de belleza imperante. Si eres hombre, cada vez más la imagen está presionándolos para conducirlos también a la canonización de la totalidad de sus cuerpos: tienen que ir al gimnasio y parecerse a atletas griegos, depilarse en ciertas zonas (aunque aún en menos zonas que la mujer), cuidar su aspecto... pero aún tienen más licencias que las mujeres no tenemos, como poder llevar el pelo cano y lucir con orgullo las arrugas, atribuyendo a ese aspecto más madurez. Una mujer, en cambio, no puede permitirse sentirse sexy si deja su melena cana y no intenta evitar esas arrugas... aunque siempre hay excepciones, pero la idea de mujer madura en nuestra sociedad no se promueve como deseable para el sexo contrario. En cambio, los defectos del hombre que se aleja del cánon, como tener barriga (llamada curva de la felicidad) o perder pelo en la cabeza o tener un exceso de vello en el cuerpo, tienen significados positivos (la calvície es signo de virilidad; el hombre como el oso, cuanto más peludo, más hermoso).

Y esto sólo en lo que a físico se refiere, que es quizás donde más evidente se ve esa presión social por ser como se espera que seamos. Pero, en cuanto a nuestra personalidad y nuestros actos, también hay una gran normativa a seguir si una persona quiere sentirse aceptada y no ir contracorriente. En cuanto a conducta, ciertas cosas son mal vistas en general, pero más aceptadas en los hombres e incluso algunas bien vistas: pedos, eructos, rascarse las partes en público, decir palabrotas o alzar la voz al hablar, no usar desodorante, andar como si se acabara de desmontar de un caballo y sentarse con las piernas bien abiertas, ir sin camiseta cuando hace calor... En cuanto a personalidad, el ser menos expresivo, el no esforzarse por comunicarse ni por entender a la otra persona, el ser cabezón, el ser agresivo... son algunas cosas más toleradas en hombres e, incluso, algunas de ellas, incentivadas socialmente para seguir este interesante conflicto hombre-mujer. Las mujeres pueden permitirse el lujo de ser más expresivas, pero pagando el precio de parecer más inestables emocionalmente. Las hormonas justifican muchas veces ciertos comportamientos femeninos indeseables. A la mujer se le permite ser más infantil en cuanto a su carácter.

Ya antes incluso de nacer, nuestros padres nos buscan un nombre apropiado según nuestro sexo y los familiares y ellos mismos buscan ropita de un color determinado según se sea niño o niña. Nos hacen agujeros en las orejas si somos niñas, nos regalan distintos juguetes, nos hablan de forma diferente... A las niñas se las halaga más diciendo que son unas señoritas y a los niños, que son unos machotes. Crecemos aprendiendo, sin darnos cuenta, qué se espera de nosotros y adaptándonos a ello para recibir nuestras recompensas, que pueden ser sutiles como complacer a nuestros padres y ganarnos su amor y atención. Mientras tanto, desde la televisión y demás medios de comunicación de masas, nos transmiten modelos a seguir según nuestro sexo. Hoy día, más que nunca, estamos asistiendo a una hipersexualización de las niñas, que ya con poca edad empiezan a usar tacones, maquillaje, ropa provocativa, poses y lenguaje sexual, temas de conversación de adultos y precocidad para mantener las primeras relaciones íntimas con el otro sexo. Estan constantemente bajo la influencia social, a través no ya de la televisión y el cine, sino sobretodo de internet, que propaga los estereotipos y valores dominantes de forma implacable mediante los iconos culturales de turno, que en nuestra época están encarnados sobretodo en actores bellos y jóvenes de éxito.

Hoy día la presión social es menos evidente que antaño y hay más libertad para ser como uno quiere. Pero es una libertad con consecuencias: si una mujer decide potenciar su lado masculino demasiado, no será vista por la mayoría de hombres muy deseable, así como si un hombre hace lo mismo, las mujeres no se sentirán muy atraídas por él. Porque esperamos que las mujeres sean femeninas y los hombres viriles. Las fronteras entre lo aceptado y lo no aceptado se pactan socialmente. Hoy día son más amplias que hace unas décadas, pero siguen estando ahí, para nada han desaparecido.

Constantemente, al hablar con mujeres sobre hombres, suelen salir a relucir los prejuicios. También, hablando con hombres sobre mujeres, pasa lo mismo. Hay como una desconfianza, una cultura de la diferencia que nos hace vernos como enemigos hasta que no quede claro que tenemos objetivos comunes. Ya desde los primeros contactos con alguien que nos interesa, nos preocupamos pensando si hacemos bien en llamarle o enviarle un sms para saber de él o quedar otra vez, temiendo que la respuesta nos haga perder nuestra posición ventajosa, al quedar claro que sentimos interés. Y, si no recibimos la respuesta que deseábamos, nos sentimos rechazados y anotamos en nuestra libretita de errores el haber llamado o enviado sms demasiado rápido, sin esperar que él o ella antes diera pasos hacia nosotros. Para no quedar mal. Porque, en lo que se refiere a relaciones entre hombres y mujeres (entendiendo como relación no sólo las de pareja, sino también cualquier forma de trato antes de llegar a ese punto), parecemos más preocupados en mantener nuestra autoestima en base a lo que la otra persona haya podido pensar de nosotros que no en ser fiel a nuestros ideales, en ser coherentes y consecuentes con uno mismo, en sentir que al menos por parte de uno mismo ya se ha intentado y quedarse en paz. Y, sobretodo, en entender que no siempre el rechazo de la otra persona significa que no le interesemos, porque a veces el estar en un momento circunstancial o vital concreto es más determinante que el que alguien te atraiga o no. Esto quiere decir que a veces lo que hace que esa persona que nos interesa no esté receptiva a nuestras propuestas de contacto son cosas suyas que no tienen mucho que ver con nosotros, con nuestros defectos o los errores que hayamos podido cometer al intentar atraer su atención. Por lo tanto, basar nuestras futuras acciones en lo bien o mal que nos haya ido haciendo lo mismo en el pasado, no tiene mucha base si tratamos con personas distintas. Sólo estaremos perpetuando los estereotipos de que ellos son así y nosotras, asá.

Como diría Foucault, el poder no es algo que sólo tengan los poderosos, sino que está ahí, en cualquier relación humana. Pero depende de uno mismo que necesitemos tener siempre la sensación de que lo controlamos todo y de que la otra persona no nos domina.

Y, empezar viéndonos unos a otros, por encima de las diferencias, como personas y, por lo tanto, imperfectas, igual acaba influyendo positivamente en nuestra forma de sentirnos y percibirnos. Por eso yo propongo que, cuando tratemos con el sexo contrario, no basemos nuestras conclusiones en los estereotipos por ser hombres o mujeres, sino que hagamos el ejercicio mental de pensar que esa otra persona tiene simplemente motivos que desconocemos para tratarnos así que seguramente no tienen nada que ver con que seamos de sexo opuesto. Y, de ser así, al menos no contribuyamos a ello. Igual no podemos cambiar a los demás, pero sí podemos intentar mejorar nosotros mismos, promoviendo con nuestro ejemplo formas alternativas de vernos y pensarnos. De esta forma, cuando las otras personas no actúen como nos gustaría, podremos pensar que, simplemente, las cosas no siempre salen como uno quiere. Así no estaremos poniendo nuestra autoestima en otras manos, sobretodo en la de desconocidos!

miércoles, 30 de mayo de 2012

El fracaso del 2

Hablando con unas amigas sobre las relaciones y el desamor, se me ha ocurrido la pregunta de por qué fracasan muchas relaciones.

Pensando sobre ello, creo que, ya desde un principio, es muy fácil acabar involucrándose en una relación seria cuando se tiene cierto grado de intimidad. Las dos personas se empiezan a conocer, se gustan, se atraen y el tiempo va pasando. De repente, ahí está: estamos comprometidos. Tal vez no de la manera formal pero sí que uno siente que tiene que cumplir con su parte del trato. Bien, aquí no hablaremos de las personas promíscuas que no sienten que tienen que cumplir nada, que con sólo aparentarlo y tener engañada a su pareja ya es suficiente.

Así que, en la mayoría de los casos, sin que fuera un objetivo, simplemente acabamos saliendo en serio con personas que no son realmente lo que quisiéramos. Acabamos haciéndonos conformistas y la rutina que hemos construído con esa persona es muy poderosa: la necesitamos para hablar, para sentirnos bien. Pero no nos llena. Nos damos cuenta pero no queremos admitirlo.

Tenemos que justificar tanto tiempo invertido (este motivo sale en algunos estudios como una de las causas de por qué algunas mujeres maltratadas no consiguen querer separarse de sus parejas). Cuando tenemos una relación seria, las personas que nos rodean se hacen a la idea. Si todo va bien, sentimos que nuestra pareja es aceptada por las personas que nos importan, que ya pasamos de ser uno a ser dos. Por ejemplo, cuando nos invitan a una cena o a salir de copas. Pero, cuando va mal, romper con la pareja y tener que dar explicaciones es algo que suele retardar el atreverse a dar ese paso. Casi nunca nos piden explicaciones, realmente. Con decir excusas trilladas como que no congeníabamos o no había pasión suficiente ya solemos acallar las dudas de nuestros conocidos. Aunque de excusas no suelen tener nada, suelen ser gran parte del problema. Pero esas personas se convierten como en la opinión pública para nosotros. Qué van a pensar si tiramos por la borda una relación de 8 años sólo porque en la cama ya no hay pasión? Tenemos acaso motivos de peso para hacerlo? Y cómo justificamos entonces que pasáramos tantos años con ella? Es que el amor se fue de un día para otro? Sabemos bien que esto no es así, que es algo progresivo y que el paso de dejar a alguien se suele dar despúes de dar muchas vueltas al problema, aunque sea sin hablarlo con la pareja, generando meses o incluso años de dudas, de sentir que se estar retardando el finalizar algo que no tiene futuro.

Aunque casi siempre es algo más personal. Cómo justificamos ante nosotros mismos que hemos hecho durar tantísimo tiempo una relación que realmente no nos llenaba? Cómo hemos podido aguantar tanto si ya hace años que sentimos que estamos en esa relación por inercia, no por voluntad propia?

Nuestro subconsciente nos dice lo que realmente necesitamos. En nuestros sueños eróticos no suele haber sitio para nuestra pareja, soñamos con desconocidos que nos hacen volver a experimentar un poco de pasión. Algunos dirán que el subconsciente es libre y no se lo puede controlar, por eso soñar con otras personas es sano y normal. Es cierto, tampoco es señal de nada el soñar con otros, incluso a veces soñamos con cosas que nos perturban o disgustan sinceramente. Pero precisamente es libre porque no se lo puede reprimir con nuestras racionalizaciones de lo que es correcto o incorrecto, de lo que DEBERÍAMOS querer o sentir. Puede ser una vía de escape a lo prohibido porque no nos permitimos tener más estímulos de los que nos gustan o necesitamos en nuestra vida real.

Lo mismo pasa con nuestras fantasías. Ya no nos hace gracia que entre nuestra pareja en ellas. En vez de querer compartirlas y hacerlas realidad, lo justificamos diciendo que son algo íntimo y personal, privado y que, por ejemplo, imaginar que estás teniendo sexo con un amante en vez de con tu pareja es bueno para la vida sexual de ambos. El sexo se va espaciando y queda como una pequeña parcela en la que se hace y aparenta más por cumplir que no porque se sienta deseo. Y espaciando el sexo, nos sentimos más distantes de esa persona.

En las contracciones del parto las mujeres emitimos una hormona, la oxitocina. Se la considera la hormona del amor.  Es la causante de que, cuando la mujer pare, sienta ese vínculo tan fuerte con su bebé. Así la naturaleza se asegura de que las madres tengan más probabilidades de querer darlo todo por sus hijos. En el acto sexual también la emitimos, pero en menor cantidad. Por eso el sexo une a muchas parejas, porque esa hormona fortalece el vínculo con sentimientos de amor.

Nuestros compromisos son mayores, igual ya estamos viviendo juntos y tenemos gastos comunes. Cuando hay una hipoteca de por medio o hijos, la decisión de romper y empezar de cero cuesta más de tomar.

Así que, cuando empieza a ir mal, pensamos: ya son muchos meses o años los que llevamos, hay que luchar por esto, hay que intentarlo. A veces no luchamos por esa persona, sino para sentir que hemos hecho todo lo posible por una relación larga. A veces lo que más cuesta es renunciar a nuestra historia y empezar de cero. A veces ni siquiera admitimos que eso es lo que queremos, es como una traición hacia nuestra relación. Y ya digo, más que esa otra persona, parece que a veces nos importa más LA RELACIÓN en sí misma. El estar de forma estable con alguien que en una época nos tuvo enamorados o que nos aporta cierta rutina que nos da seguridad u otras cosas.

Igual la solución no está en tirar por la borda años de relación ante la primera crisis de pareja que surja, pues éstas forman parte de las relaciones sanas y pueden ayudar a fortalecer los vínculos y consolidar más aún la relación. Como un toque de atención de que hay cosas que hemos estado descuidando y tenemos que volver a retomarlas para hacer feliz a esa persona que queremos que siga a nuestro lado. Pero tampoco está la solución en pasarse años y años con esa sensación secreta de fracaso personal, de vacío interno al saber que tarde o temprano, quisiéramos dejar a esa persona mientras vemos, en parte disgustados y en parte complacidos, cómo nos vamos involucrando y comprometiendo más y más en objetivos comunes. Que nos gustan, sí, pero realmente quisiéramos realizarlos y compartirlos con otra persona.

La solución estaría en conocerse mejor a uno mismo, en ser sincero y admitir qué se siente y qué se necesita. En ser consecuente y luchar por lo que se quiere, sabiendo que toda ganancia tiene siempre un precio que acostumbra a ser alto. Y si uno necesita un tiempo para asegurarse de que decide bien y no se va a arrepentir, es buena idea, pero tampoco conviene alargar la toma de decisiones eternamente, porque estar seguros de este tipo de decisiones es casi imposible. Siempre viene la duda, más tarde o más temprano, porque siempre perdemos cosas con cada relación que damos por finalizada. Pero hay que buscar la plenitud ya que vida sólo tenemos una y tenemos que ser nosotros mismos quien decidamos cómo quererlos vivirla, dentro de nuestras posibilidades.