lunes, 23 de julio de 2012

Adán y Eva

O, lo que es lo mismo: las diferencias entre hombres y mujeres. Realmente somos tan diferentes? Es evidente que sí, que somos muy diferentes, pero esas diferencias tienen un origen biológico y natural, es decir, son intrínsecas? O son extrínsecas y tienen un origen social?

Cuando se examinan estudios sobre diferencias de género, se ve con claridad que gran parte de las diferencias son impuestas por la sociedad. Seguramente, al leer esto, muchas personas tengan un primer pensamiento de que esto no es así, que a ellos nadie les impone nada, que tienen una personalidad definida porque son así y punto. Pero no, nada más lejos de la realidad. Aunque en estos temas hay debate por la dificultad de poder hacer experimentos claros y concluyentes, ya que no somos ratas de laboratorio a las que se pueda aislar para observar, sí hay consenso en que gran parte de estas diferencias no son por ser hombres o mujeres, sino porque se nos educa de forma diferente. El ser hombre o mujer tiene un significado diferente para la mayoría de las sociedades. Al igual que el ser niño o adulto o ser persona o animal. O perteneder a un mismo grupo o a otro diferente. Las diferencias son, como se dice en este ámbito, "pactadas socialmente". Las personas, dentro de sus respectivas sociedades, construyen la realidad, dando significados diferentes a las cosas y tratándolas, por lo tanto, de forma diferente. Por supuesto que hay diferencias entre hombres y mujeres innegables, como sucede en muchas otras especies de animales. En gran parte dirigidas a la reproducción y la supervivencia de la especie. Este tipo de motivos explica por qué nos sentimos más atraídos por las personas con un buen físico, porque la salud se refleja en los rasgos (en la simetría, en el buen aspecto de éstos, en la lozanía...) o con un alto poder adquisitivo (al ser sinónimo de poder vivir mejor).

Pero, sobretodo, las diferencias que hoy día vemos en hombres y mujeres son culturales: se dice que los hombres son fuertes y las mujeres, sufridas. Que ellos son competitivos y, nosotras, más colaboradoras. Que el hombre es activo y, la mujer, pasiva. Todos conocemos casos en los que estos prejuicios no se cumplen pues hay mucha variabilidad entre los propios hombres y las propias mujeres y entre hombres y mujeres. Y precisamente, esa variabilidad entre personas de un mismo sexo es lo que no se tiene en cuenta con este tipo de estereotipos llamados de género. La variabilidad está presente entre nosotros porque somos personas y somos complejos, más que por ser hombres o mujeres. Las igualdades entre pesonas de un mismo sexo son, en gran parte, debidas a nuestro proceso de socialización. Éste proceso es necesario para asimilar la cultura de nuestro entorno y poder adaptarse, sintiéndose parte de ella e integrarse en gran medida.

Por eso, socialmente se nos presiona para que nos adaptemos al modelo cultural predominante. Hoy día ya sabemos cuál es. Si eres mujer, tienes que ser perfecta: Lucir lo más joven posible, llevar un pelo impecable, vestir bien y sexy o coqueta, sacarte partido físicamente mediante maquillaje o truquillos, hacerle la guerra a los kilos de más o imperfecciones como la celulitis o las durezas de los pies... La mujer, de pies a cabeza, sufre la presión del cánon de belleza imperante. Si eres hombre, cada vez más la imagen está presionándolos para conducirlos también a la canonización de la totalidad de sus cuerpos: tienen que ir al gimnasio y parecerse a atletas griegos, depilarse en ciertas zonas (aunque aún en menos zonas que la mujer), cuidar su aspecto... pero aún tienen más licencias que las mujeres no tenemos, como poder llevar el pelo cano y lucir con orgullo las arrugas, atribuyendo a ese aspecto más madurez. Una mujer, en cambio, no puede permitirse sentirse sexy si deja su melena cana y no intenta evitar esas arrugas... aunque siempre hay excepciones, pero la idea de mujer madura en nuestra sociedad no se promueve como deseable para el sexo contrario. En cambio, los defectos del hombre que se aleja del cánon, como tener barriga (llamada curva de la felicidad) o perder pelo en la cabeza o tener un exceso de vello en el cuerpo, tienen significados positivos (la calvície es signo de virilidad; el hombre como el oso, cuanto más peludo, más hermoso).

Y esto sólo en lo que a físico se refiere, que es quizás donde más evidente se ve esa presión social por ser como se espera que seamos. Pero, en cuanto a nuestra personalidad y nuestros actos, también hay una gran normativa a seguir si una persona quiere sentirse aceptada y no ir contracorriente. En cuanto a conducta, ciertas cosas son mal vistas en general, pero más aceptadas en los hombres e incluso algunas bien vistas: pedos, eructos, rascarse las partes en público, decir palabrotas o alzar la voz al hablar, no usar desodorante, andar como si se acabara de desmontar de un caballo y sentarse con las piernas bien abiertas, ir sin camiseta cuando hace calor... En cuanto a personalidad, el ser menos expresivo, el no esforzarse por comunicarse ni por entender a la otra persona, el ser cabezón, el ser agresivo... son algunas cosas más toleradas en hombres e, incluso, algunas de ellas, incentivadas socialmente para seguir este interesante conflicto hombre-mujer. Las mujeres pueden permitirse el lujo de ser más expresivas, pero pagando el precio de parecer más inestables emocionalmente. Las hormonas justifican muchas veces ciertos comportamientos femeninos indeseables. A la mujer se le permite ser más infantil en cuanto a su carácter.

Ya antes incluso de nacer, nuestros padres nos buscan un nombre apropiado según nuestro sexo y los familiares y ellos mismos buscan ropita de un color determinado según se sea niño o niña. Nos hacen agujeros en las orejas si somos niñas, nos regalan distintos juguetes, nos hablan de forma diferente... A las niñas se las halaga más diciendo que son unas señoritas y a los niños, que son unos machotes. Crecemos aprendiendo, sin darnos cuenta, qué se espera de nosotros y adaptándonos a ello para recibir nuestras recompensas, que pueden ser sutiles como complacer a nuestros padres y ganarnos su amor y atención. Mientras tanto, desde la televisión y demás medios de comunicación de masas, nos transmiten modelos a seguir según nuestro sexo. Hoy día, más que nunca, estamos asistiendo a una hipersexualización de las niñas, que ya con poca edad empiezan a usar tacones, maquillaje, ropa provocativa, poses y lenguaje sexual, temas de conversación de adultos y precocidad para mantener las primeras relaciones íntimas con el otro sexo. Estan constantemente bajo la influencia social, a través no ya de la televisión y el cine, sino sobretodo de internet, que propaga los estereotipos y valores dominantes de forma implacable mediante los iconos culturales de turno, que en nuestra época están encarnados sobretodo en actores bellos y jóvenes de éxito.

Hoy día la presión social es menos evidente que antaño y hay más libertad para ser como uno quiere. Pero es una libertad con consecuencias: si una mujer decide potenciar su lado masculino demasiado, no será vista por la mayoría de hombres muy deseable, así como si un hombre hace lo mismo, las mujeres no se sentirán muy atraídas por él. Porque esperamos que las mujeres sean femeninas y los hombres viriles. Las fronteras entre lo aceptado y lo no aceptado se pactan socialmente. Hoy día son más amplias que hace unas décadas, pero siguen estando ahí, para nada han desaparecido.

Constantemente, al hablar con mujeres sobre hombres, suelen salir a relucir los prejuicios. También, hablando con hombres sobre mujeres, pasa lo mismo. Hay como una desconfianza, una cultura de la diferencia que nos hace vernos como enemigos hasta que no quede claro que tenemos objetivos comunes. Ya desde los primeros contactos con alguien que nos interesa, nos preocupamos pensando si hacemos bien en llamarle o enviarle un sms para saber de él o quedar otra vez, temiendo que la respuesta nos haga perder nuestra posición ventajosa, al quedar claro que sentimos interés. Y, si no recibimos la respuesta que deseábamos, nos sentimos rechazados y anotamos en nuestra libretita de errores el haber llamado o enviado sms demasiado rápido, sin esperar que él o ella antes diera pasos hacia nosotros. Para no quedar mal. Porque, en lo que se refiere a relaciones entre hombres y mujeres (entendiendo como relación no sólo las de pareja, sino también cualquier forma de trato antes de llegar a ese punto), parecemos más preocupados en mantener nuestra autoestima en base a lo que la otra persona haya podido pensar de nosotros que no en ser fiel a nuestros ideales, en ser coherentes y consecuentes con uno mismo, en sentir que al menos por parte de uno mismo ya se ha intentado y quedarse en paz. Y, sobretodo, en entender que no siempre el rechazo de la otra persona significa que no le interesemos, porque a veces el estar en un momento circunstancial o vital concreto es más determinante que el que alguien te atraiga o no. Esto quiere decir que a veces lo que hace que esa persona que nos interesa no esté receptiva a nuestras propuestas de contacto son cosas suyas que no tienen mucho que ver con nosotros, con nuestros defectos o los errores que hayamos podido cometer al intentar atraer su atención. Por lo tanto, basar nuestras futuras acciones en lo bien o mal que nos haya ido haciendo lo mismo en el pasado, no tiene mucha base si tratamos con personas distintas. Sólo estaremos perpetuando los estereotipos de que ellos son así y nosotras, asá.

Como diría Foucault, el poder no es algo que sólo tengan los poderosos, sino que está ahí, en cualquier relación humana. Pero depende de uno mismo que necesitemos tener siempre la sensación de que lo controlamos todo y de que la otra persona no nos domina.

Y, empezar viéndonos unos a otros, por encima de las diferencias, como personas y, por lo tanto, imperfectas, igual acaba influyendo positivamente en nuestra forma de sentirnos y percibirnos. Por eso yo propongo que, cuando tratemos con el sexo contrario, no basemos nuestras conclusiones en los estereotipos por ser hombres o mujeres, sino que hagamos el ejercicio mental de pensar que esa otra persona tiene simplemente motivos que desconocemos para tratarnos así que seguramente no tienen nada que ver con que seamos de sexo opuesto. Y, de ser así, al menos no contribuyamos a ello. Igual no podemos cambiar a los demás, pero sí podemos intentar mejorar nosotros mismos, promoviendo con nuestro ejemplo formas alternativas de vernos y pensarnos. De esta forma, cuando las otras personas no actúen como nos gustaría, podremos pensar que, simplemente, las cosas no siempre salen como uno quiere. Así no estaremos poniendo nuestra autoestima en otras manos, sobretodo en la de desconocidos!

miércoles, 30 de mayo de 2012

El fracaso del 2

Hablando con unas amigas sobre las relaciones y el desamor, se me ha ocurrido la pregunta de por qué fracasan muchas relaciones.

Pensando sobre ello, creo que, ya desde un principio, es muy fácil acabar involucrándose en una relación seria cuando se tiene cierto grado de intimidad. Las dos personas se empiezan a conocer, se gustan, se atraen y el tiempo va pasando. De repente, ahí está: estamos comprometidos. Tal vez no de la manera formal pero sí que uno siente que tiene que cumplir con su parte del trato. Bien, aquí no hablaremos de las personas promíscuas que no sienten que tienen que cumplir nada, que con sólo aparentarlo y tener engañada a su pareja ya es suficiente.

Así que, en la mayoría de los casos, sin que fuera un objetivo, simplemente acabamos saliendo en serio con personas que no son realmente lo que quisiéramos. Acabamos haciéndonos conformistas y la rutina que hemos construído con esa persona es muy poderosa: la necesitamos para hablar, para sentirnos bien. Pero no nos llena. Nos damos cuenta pero no queremos admitirlo.

Tenemos que justificar tanto tiempo invertido (este motivo sale en algunos estudios como una de las causas de por qué algunas mujeres maltratadas no consiguen querer separarse de sus parejas). Cuando tenemos una relación seria, las personas que nos rodean se hacen a la idea. Si todo va bien, sentimos que nuestra pareja es aceptada por las personas que nos importan, que ya pasamos de ser uno a ser dos. Por ejemplo, cuando nos invitan a una cena o a salir de copas. Pero, cuando va mal, romper con la pareja y tener que dar explicaciones es algo que suele retardar el atreverse a dar ese paso. Casi nunca nos piden explicaciones, realmente. Con decir excusas trilladas como que no congeníabamos o no había pasión suficiente ya solemos acallar las dudas de nuestros conocidos. Aunque de excusas no suelen tener nada, suelen ser gran parte del problema. Pero esas personas se convierten como en la opinión pública para nosotros. Qué van a pensar si tiramos por la borda una relación de 8 años sólo porque en la cama ya no hay pasión? Tenemos acaso motivos de peso para hacerlo? Y cómo justificamos entonces que pasáramos tantos años con ella? Es que el amor se fue de un día para otro? Sabemos bien que esto no es así, que es algo progresivo y que el paso de dejar a alguien se suele dar despúes de dar muchas vueltas al problema, aunque sea sin hablarlo con la pareja, generando meses o incluso años de dudas, de sentir que se estar retardando el finalizar algo que no tiene futuro.

Aunque casi siempre es algo más personal. Cómo justificamos ante nosotros mismos que hemos hecho durar tantísimo tiempo una relación que realmente no nos llenaba? Cómo hemos podido aguantar tanto si ya hace años que sentimos que estamos en esa relación por inercia, no por voluntad propia?

Nuestro subconsciente nos dice lo que realmente necesitamos. En nuestros sueños eróticos no suele haber sitio para nuestra pareja, soñamos con desconocidos que nos hacen volver a experimentar un poco de pasión. Algunos dirán que el subconsciente es libre y no se lo puede controlar, por eso soñar con otras personas es sano y normal. Es cierto, tampoco es señal de nada el soñar con otros, incluso a veces soñamos con cosas que nos perturban o disgustan sinceramente. Pero precisamente es libre porque no se lo puede reprimir con nuestras racionalizaciones de lo que es correcto o incorrecto, de lo que DEBERÍAMOS querer o sentir. Puede ser una vía de escape a lo prohibido porque no nos permitimos tener más estímulos de los que nos gustan o necesitamos en nuestra vida real.

Lo mismo pasa con nuestras fantasías. Ya no nos hace gracia que entre nuestra pareja en ellas. En vez de querer compartirlas y hacerlas realidad, lo justificamos diciendo que son algo íntimo y personal, privado y que, por ejemplo, imaginar que estás teniendo sexo con un amante en vez de con tu pareja es bueno para la vida sexual de ambos. El sexo se va espaciando y queda como una pequeña parcela en la que se hace y aparenta más por cumplir que no porque se sienta deseo. Y espaciando el sexo, nos sentimos más distantes de esa persona.

En las contracciones del parto las mujeres emitimos una hormona, la oxitocina. Se la considera la hormona del amor.  Es la causante de que, cuando la mujer pare, sienta ese vínculo tan fuerte con su bebé. Así la naturaleza se asegura de que las madres tengan más probabilidades de querer darlo todo por sus hijos. En el acto sexual también la emitimos, pero en menor cantidad. Por eso el sexo une a muchas parejas, porque esa hormona fortalece el vínculo con sentimientos de amor.

Nuestros compromisos son mayores, igual ya estamos viviendo juntos y tenemos gastos comunes. Cuando hay una hipoteca de por medio o hijos, la decisión de romper y empezar de cero cuesta más de tomar.

Así que, cuando empieza a ir mal, pensamos: ya son muchos meses o años los que llevamos, hay que luchar por esto, hay que intentarlo. A veces no luchamos por esa persona, sino para sentir que hemos hecho todo lo posible por una relación larga. A veces lo que más cuesta es renunciar a nuestra historia y empezar de cero. A veces ni siquiera admitimos que eso es lo que queremos, es como una traición hacia nuestra relación. Y ya digo, más que esa otra persona, parece que a veces nos importa más LA RELACIÓN en sí misma. El estar de forma estable con alguien que en una época nos tuvo enamorados o que nos aporta cierta rutina que nos da seguridad u otras cosas.

Igual la solución no está en tirar por la borda años de relación ante la primera crisis de pareja que surja, pues éstas forman parte de las relaciones sanas y pueden ayudar a fortalecer los vínculos y consolidar más aún la relación. Como un toque de atención de que hay cosas que hemos estado descuidando y tenemos que volver a retomarlas para hacer feliz a esa persona que queremos que siga a nuestro lado. Pero tampoco está la solución en pasarse años y años con esa sensación secreta de fracaso personal, de vacío interno al saber que tarde o temprano, quisiéramos dejar a esa persona mientras vemos, en parte disgustados y en parte complacidos, cómo nos vamos involucrando y comprometiendo más y más en objetivos comunes. Que nos gustan, sí, pero realmente quisiéramos realizarlos y compartirlos con otra persona.

La solución estaría en conocerse mejor a uno mismo, en ser sincero y admitir qué se siente y qué se necesita. En ser consecuente y luchar por lo que se quiere, sabiendo que toda ganancia tiene siempre un precio que acostumbra a ser alto. Y si uno necesita un tiempo para asegurarse de que decide bien y no se va a arrepentir, es buena idea, pero tampoco conviene alargar la toma de decisiones eternamente, porque estar seguros de este tipo de decisiones es casi imposible. Siempre viene la duda, más tarde o más temprano, porque siempre perdemos cosas con cada relación que damos por finalizada. Pero hay que buscar la plenitud ya que vida sólo tenemos una y tenemos que ser nosotros mismos quien decidamos cómo quererlos vivirla, dentro de nuestras posibilidades.

miércoles, 28 de marzo de 2012

La eterna evasión

Alargar la toma de decisiones importantes, esperando el momento ideal para ello, no siempre es positivo, al contrario. Mientras tanto, las emociones y sensaciones pueden ir en augmento, cada vez más insistentes y desagradables. Porque tienen un sentido, van en la dirección de intentar un cambio, una movilización, para salir de esa situación que nos incomoda, estresa, deprime, agobia, inquieta o lo que sea negativo.

Los problemas no se suelen ir solos y están muy de moda los medicamentos. No soy contraria a ellos porque tienen utilidad en muchos casos y momentos, pero sin trabajar la causa del problema difícilmente avanzaremos. Por eso empeñarse en no sentir las emociones y acallarlas no siempre es bueno, sobretodo a la larga. Para situaciones intensas puntuales sí, como modo de contención de grandes emociones que nos resultan insoportables, pero no las veamos como malas, no son el problema que hay que solucionar, son señales de nuestra psique que se manifiestan a modo de sensaciones corporales (que nos hacen sentir mal, con ansiedad, estrés, miedo, angustia, tristeza...) o de pensamientos obsesivos y circulares, que invaden nuestra mente a casi toda hora y nos impiden centrarnos en otras cosas. A veces nos crean enfermedades psicosomáticas, porque nuestra psique no puede conformarse con lo que nos empeñamos en soportar.

Las emociones buscan restablecer el equilibrio perdido. Porque dejando para más adelante decisiones que cambiarían demasiado nuestra vida nos hace renunciar a un futuro mejor. Mientras estamos viviendo en un presente que nos disgusta, jamás tendremos ese futuro que deseamos. ¿Esperamos que las cosas cambien solas o que sean otras personas las que decidan por nosotros, librándonos de lo desagradable de dar ese paso? A veces sucede, aunque este tipo de decisiones tiene un precio: el dolor. Y lo sentimos igual seamos nosotros los que demos ese paso o sean otros los que nos hagan el trabajo sucio.

Sin embargo, el ansiado momento ideal que esperamos para dar el cambio no suele llegar nunca, pues las cosas tienden a complicarse y a veces llega pero el miedo nos sigue paralizando, porque los cambios, aunque muchas veces sean deseados, también dan mucho miedo. Por eso, en algunas ocasiones nos parece tocar fondo y querer explotar y acabar con todo, sacarnos de golpe toda esa presión que llevamos sobre los hombros, aprovechando la inercia que dan emociones como la rabia o el enfado.

La duda de si luego nos arrepentiremos es la que más paraliza. Egoístamente, queremos tomarnos nuestro tiempo para no arrepentirnos de la decisión, ya que si dudamos es porque algo bueno tiene la situación en la que nos encontramos, porque no todo es negativo, aunque sepamos que no es suficiente. También hay que tener en cuenta, cuando son problemas de pareja que, de mientras, privamos a la otra persona de librarse de una relación en la que ya, sin saberlo, no tiene ni voz ni voto, pues tarde o temprano, seguramente, acabaremos dando ese paso.

Qué fácil era ser un niño, ¿verdad? Cuando las decisiones las tomaban nuestros padres. La madurez conlleva responsabilidad y la responsabilidad, la gestión de nuestro bienestar. Porque no depende de nadie más, aunque a veces estemos en situaciones tan complicadas que no veamos nuestro poder de cambiar nada, de poder salir del problema por nuestros propios medios. Casi siempre es posible, lo que suele pasar es que a veces es necesario un cambio radical que no queremos hacer, soportando lo insoportable hasta no poder más.

sábado, 17 de marzo de 2012

Cuando el barco se hunde

A ciertas edades, y cada vez viene siendo normal comenzar desde más joven, se tiene ya un poco de experiencia en esto de las relaciones. Aunque no por ello las rupturas dejan de ser dolorosas, es como si uno nunca llegara a estar lo suficientemente curtido. Porque cuando se ama, se ponen en juego los sentimientos. Y eso está bien: si uno quiere algo, tiene que arriesgarse, el premio vale la pena, porque cuando nos corresponden ya sólo eso nos puede hacer muy felices. Lo malo es que si se pierde, el precio es un poco alto.  


                                                La espuma de Venus, de Héros del Silencio

Cuando una relación va viento en popa, no hay mayor problema que el saber aceptar y valorar las cosas en su justa medida, pero cuando va mal, la sombra de la ruptura planea en el aire. Entonces, ya no nos podemos quitar de la cabeza la idea de romper, de separarnos de esa persona que puede que no nos haga mucho daño, pero que no nos hace felices. Y cuando esta idea nos invade la mente, como un virus sin cura, ya no queda otra cosa que decidir inminentemente qué hacer al respecto o alargar la toma de decisiones. Porque siempre es duro decidir, a pesar de que a veces nos toque ser a nosotros los malos de la película y poner un final a ésta. Porque no queremos hacer un drama ni un vodrio de nuestra historia. Pero duele igualmente, porque hemos depositado en nuestra relación esperanzas, proyectos, ilusiones... que vemos que no han acabado en ningún lado.

Tiempo perdido y, aún así, nos cuesta dar el paso y hablar claramente con la otra parte interesada. Cuando al final nos decidimos, nos toca muchas veces explicar lo que nosotros mismos no entendemos bien, aguantar una pequeña borrasca que nos hace sentir culpables y, a la que tal vez, acabemos dejando de oponer resistencia, para volver más tarde a empezar con el proceso que hemos postergado. Pero cuando seguimos adelante con determinación, a sabiendas de que, aunque dudemos, no vemos ninguna otra solución, no hay otro camino que el acabar lo empezado. Pero, esto es lo peor, que muchas veces se duda a ratos de si no nos estaremos equivocando y dejando escapar a alguien que nos quiere o, al menos, nos acepta o tolera. Entonces puede que nos preguntemos si somos demasiado exigentes o si lo único que hacemos es luchar por lo que queremos. Son preguntas que sólo mucho más adelante, con mayor perspectiva, podrán ser contestadas.


Pero volvamos al momento de la ruptura. A veces sucede aunque no tuviéramos con esa persona una relación de pareja. Aunque simplemente estuviéramos enamorados y la persona amada no nos correspondiera. Llega un momento en el que se tiene que renunciar a seguir en esa situación, por nuestro propio bien, porque resulta demasiado costoso emocionalmente. Los amigos nos dicen: "olvídalo/a, pasa página, hay muchos como él/ella!" Y nosotros nos sentimos incomprendidos, porque qué fácil es hablar así cuando no es uno quien siente! Pero sabemos que, en el fondo, tienen razón. Y hay que esforzarse para olvidar, pasito a pasito, poco a poco.

De hecho, superar la ruptura de una relación donde hubo sentimientos intensos es comparable con el proceso de duelo, que tiene lugar cuando alguien fallece y nos deja para siempre. La diferencia es que la persona que se aleja de nuestra vida (así sea porque lo decidimos nosotros o él), está viva, pero ya nada será lo mismo y nos sentimos desconsolados por todo lo que se deja atrás. Por eso es bueno darse un tiempo para aceptar las cosas, llorar y compadecerse un poco y luego mirar hacia adelante porque la vida continúa y, además, si hay algo seguro en ella es que después del 1 va el 2, y el 3 y el 4...  

Hay que entender que el dolor es parte del proceso. Cuando nos hacen daño, así sea voluntariamente o no, tenemos que encajarlo. Primero llega el golpe, casi siempre de improviso. Nos impacta, nos deja indefensos. Pero hay que reaccionar: o huir o luchar. Si decidimos luchar, tiene que ser respetando lo que la otra persona quiere. Si decidimos abandonar, tenemos que poner de nuestra parte igualmente. Renunciar a luchar a veces es peor que perder, pero repito, hay que respetar que la otra persona decida no querer nada con nosotros o no de la manera que a nosotros nos gustaría. 

Así pues, el duelo tiene unas fases por las que hay que pasar para superar la pérdida.



Lo primero es aceptar la pérdida. Nos hemos quedado sin esa persona. La negación es algo habitual, uno se resiste a resignarse a ello. Se lucha desesperadamente, algunos suplican, amenazan, se enfadan, prueban todo lo que se les ocurre para retener a esa persona.... hasta que se acepta.

Lo segundo es no negar el dolor que se siente. Medicarse (siempre bajo el seguimiento de un profesional) puede ser útil pero hay que entender que es adormecer los sentidos, que el problema seguirá ahí, esperándonos y que parte del dolor es natural, hay que sentirlo para superarlo. Llorar, llorar, llorar. Lamentarse y sentirse desgraciado. ¿Por qué no? Es parte también de la vida. Hay como una especie de cruzada contra el dolor. Éste nos presenta como seres débiles y, además, inconsolables a los intentos de nuestros seres queridos por aliviarnos, agravando nuestra relación con ellos o haciéndonos sentir peor aún. Pero el problema no está en padecer por causas normales, sino en la duración de este padecimiento. Como fase que es, llegado un punto hay que ir poniendo de nuestra parte para superarlo, esforzándonos por hacer cosas agradables, por seguir con nuestra rutina, retomar actividades que habíamos dejado de lado, etc. 

Entonces, lo tercero es trabajar en ello. Hasta que, poco a poco, iremos pensando menos en lo que nos duele y encontrando un lugar cómodo en el cual ubicarnos.


Al final del túnel siempre está la luz, aunque después de haber estado tanto tiempo en la oscuridad, nos puede parecer deslumbrante, llena de nuevos peligros para nuestro recién recuperado estado de calma, muchas veces precario. Pero no olvidemos que la vida hay que vivirla y eso no lo puede hacer nadie por nosotros! Y vivir aventuras requiere explorar y correr riesgos. Así que, mucho ánimo a los que estéis en ello!




sábado, 21 de enero de 2012

¿Dónde queda la paciencia?

Ahora, como mujer soltera, tengo un largo camino delante de mí. Lleno de encrucijadas, atajos, piedras y demás obstáculos y accidentes geográficos. Cuando acabamos de dejar una relación, puede que nos encontremos un tanto perdidos. ¡Tantas opciones por delante y tan poco ánimo de explorarlas! Es más seguro quedarse en el sitio y dedicarse a otros menesteres, menos arriesgados, como los estudios, el trabajo o las amistades que ahora se nos antojan salvaguardias.



Algunos no tienen por qué salir con la montera a los caminos, pues otros caminantes dan con ellos en sus viajes. Pero otros, como yo, de mente inquieta, no podemos quedarnos ahí esperando ser encontrados. Y, aunque abrumados, nos lanzamos a la aventura.

Pues bien, en mi caso, estoy ahí ahí, dando pasitos en una dirección, retrocediendo, girándome 90 grados para ahora seguir por ese otro lado... Explorando el mundo online de las citas. O, más bien, el de intentar establecer nuevas relaciones humanas a través de una máquina. Y en una de éstas, di a parar con un chico que parecía estimular mi ingenio. Pero me pareció que se precipitaba porque de seguida salió a relucir el tema del sexo. Cuando se abre esta puerta, parece que luego es difícil cerrarla. Y no vayáis a pensar que a mí no me gusta entrar en ella y quedarme un buen rato, pero igual que agradable, puede ser peligrosa, sino se conoce bien a la persona que entrará con nosotros. Así que me gusta tomarme estas cosas con calma. Intenté hablar con esta persona, conminándole a conocernos en persona y ver si así las cosas seguían un curso más natural, porque entrar tan a trapo es bastante forzar las cosas. O, que simplemente, se busca sexo online, lo que no es mi caso.

El señorito no comprendió mis palabras y tampoco era cuestión de dejarle en evidencia, pues parecía una persona con buen entendimiento para que yo le analizara punto por punto lo que él debería saber hacer solito. Descartado éste, pasé a otro, el cual parecía tener más sentido común. Así que todo fue viento en popa, pudiendo charlar cómodamente hasta que me atreví a proponerle quedar. Una vez en la cita, también se precipitó al lanzarse sobre mis labios. Me pilló de improviso y no supe reaccionar adecuadamente, así que intenté saborear sus besos. Pero no sabían a miel ni flores del campo ni nada agradable. Lo más impactante fue que me encontré saboreando mi propia frialdad. Yo estaba pasando un buen momento en buena compañía, pero ante tanta intimidad, con alguien que a penas conocía, me sentí incómoda y lejana. Así que lo peor no fue la emboscada que él me tendió, sino el encontronazo conmigo misma. Cuando te fuerzan a una situación que te desagrada o incomoda, sin ser algo violento tampoco, nos ponen en una tesitura. ¿Cómo reaccionar, sin exagerar? Si una no hace nada y se deja llevar, se puede encontrar en una situación violenta para ella, haciendo cosas que no quería. Pero, sin tener que llegar a ese extremo, ya dar un simple NO, para algunas es violento. Pero hay que decirlo.

Al volver de la cita, no tuve ganas de seguir conociéndolo. Al menos, él se arrepintió y se disculpó, pero a mí me dejó pensativa. ¿Qué pasó con la paciencia? ¿Con el gusto por las cosas bien hechas? ¿Es que se va a acabar el mundo mañana, para vivir la vida a 200/hora? Yo ya vi que no surgió la chispa al poco, pero con algunos tarda y surge algo mejor con el roce, compartiendo poco a poco el tiempo y yendo a una creciente intimidad.

Como conclusión, sospecho que este viaje no va a ser tanto para conocer a otros (que también) como para conocerme mejor a mí misma. Y dependiendo de la suerte que tenga, podré aprofundizar más o menos en cosas que tenía pendientes desde hace tiempo. La buena suerte hace que disfrutemos más del presente pero la mala suerte, si nos incentiva a meditar y profundizar en nuestro interior, puede hacer que maduremos más en nuestro particular viaje hacia el autoconocimiento. 


                                                Deshacer el mundo, de Héros del Silencio