miércoles, 16 de noviembre de 2011

Armaduras para todos, herrero!!!

A veces, me parezco a Don Quijote, empeñada en luchar contra gigantes con equivocadas intenciones. Pero conocemos la historia y sabemos que son molinos de viento. Ojalá todo el mundo conociera también la historia de las armaduras.



Muchas personas sufren daño a lo largo de sus vidas. Algunos de pequeños, por experiencias sufridas o por ser especialmente sensibles; otros en la adolescencia, cuando empiezan a explorar posibilidades y no están preparados para recibir daño y otros ya de más mayorcitos por cruzarse con personas especialmente dañinas que dejan una mella difícil de reparar.

Y a resultas de los golpes, se suele construir una concha alrededor de la herida, una medida de protección, que se va enquistando con el paso del tiempo y de recibir más golpes, hasta convertirse en una armadura completa. Como uno cree que es útil, se convence a sí mismo de que es bueno llevarla. La vida es más llevadera si no nos hacen daño. Y nos refugiamos en las cosas seguras, como los amigos y la família, los ligues de una noche, incluso hay quien paga para tener un poco de cariño sin tener que implicarse. Las emociones, guardadas, no sea que entorpezcan el camino que ahora nos parece más cómodo.

Pero pasa el tiempo y algunas personas que sospechamos valiosas se acaban cruzando con nosotros. Se interesan por nosotros y nos sentimos tentados a quitarnos la visera y mostrar un poco de nosotros mismos. Y nos encanta ver que gustamos! E incluso fantaseamos lo bonito que sería hacer nuestro camino acompañados por esa persona tan agradable. Pero, ops, qué pasa? Esa persona nota que hay cosas que guardamos y se siente engañada, qué pretensiones más descabelladas, exigirnos que nos quitemos nuestra útil armadura por ella! Y si nos hace daño? Igual es un príncipe o princesa sólo en apariencia, igual es un temible enemigo que nos abatirá nada más nos vea desprotegidos! Así que peleamos, entre la duda, el querer dejarse llevar, la precaución, la desconfianza... Posiblemente esa persona se aleje, al comprender que la vida no es batallar contra gigantes que ya sabemos que son molinos de viento.

Y posiblemente sería hora de ir parándonos a pensar. Qué utilidad tiene ya mi armadura si con ella no dejo que las cosas buenas también se me acerquen? Puedo esperar que esas cosas buenas quieran permanecer al lado de alguien con armadura, que no puede darse a sí mismo porque se tiene que proteger? Cómo puede ser que esa personilla vaya sin armadura exigiendo que todos nos la quitemos, cómo puede ser que no sufra por los golpes que va a recibir de todos?

Y ojalá, sopesando, un día lleguemos a la conclusión de que esa persona nos enseñó una nueva forma de ser, más valiente, más arriesgada, tal vez incluso más temeraria. Que recibe golpes pero que se levanta para seguir su camino, exhibiendo su desnudez, su desprotección, presumiendo de que puede con todo, aunque espera no tener que hacerlo. Con confianza en la propia capacidad para superar el dolor, lo malo, a que esta vida nos pueda enfrentar. Vamos a dejar que una o varias malas experiencias nos hagan infelices? O que una persona o varias nos perjudiquen durante años impidiendo conocer a otras que tienen algo que aportarnos? Vamos a dejar que lo malo nos marque más allá de la lección que toda mala experiencia implica?




Pues éste es el corazón del problema, porque donde unos sacan lecciones negativas, otros saben ver lo positivo. Y no hay más secreto que simplemente no permitir que el miedo nos condicione, ser nosotros los que cojamos las riendas y sepamos confiar no ya en los demás, sino en uno mismo. En la capacidad que todos tenemos para superar el daño, en reconocer la necesidad de entregarse y disfrutar de la confianza que otra persona quiera depositar en ti, en dejarse llevar y saborear la intimidad sin miedo a que un día esa persona a la que te has entregado se convierta en un ogro y te destroce el corazón. Si así resulta, confiaremos en que superaremos la mala experiencia aceptando que tuvimos mala suerte, pero que nosotros hicimos bien en ser valientes y mostrar nuestro interior, que es la otra persona la que tiene el problema de no haberlo sabido valorar o, al menos, no haberlo tratado con el respeto que la valentía merece.

Parece tan fácil visto desde fuera... y tan difícil hacer el cambio desde dentro... pero hay cosas que nadie va a hacer por nosotros sino nos ponemos manos a la obra. Hay que dejar de culpar a los demás de lo malo que nos pasa y justificar así lo poco que queremos abrirnos, reconocer que es responsabilidad propia ser maduro y aprender de los errores y que esto implica buscar siempre una lección positiva o, al menos, la aceptación de que la solución nunca será cambiar a peor, como hacerse más duro, más intransigente, más egoísta, más desconsiderado, más independiente.... Seamos valientes y no dejemos que el miedo se anteponga a nuestra felicidad ni que sean los demás los que marquen cómo debemos ser! Y no, a pesar de que el daño recibido nos ciegue a veces y nos consolemos pensando que los valores que siempre nos han enseñado correctos están equivocados o que ya no sirven, ya nadie los valora... como ser bueno, generoso, accesible, tierno, expresivo, comunicativo... no nos engañemos, sí sirven, sobretodo para estar en paz con uno mismo, con la propia conciencia y poder seguir siendo positivo, ya que se sabe que es lo correcto.



Así que esta historia tiene una moraleja: Si te proteges con una coraza no te afectará lo malo de la vida, pero tampoco lo bueno. Seguramente lo malo sí te afectará, jeje, toda coraza tiene sus rendijas y puntos débiles, pero alejarás a las personas que quieran conocerte y que tal vez pudieran aportar algo bonito.

Si a alguien le ha gustado este escrito, hay un libro muy famoso sobre el tema, El caballero de la oxidada armadura, de Robert Fisher, con una moraleja similar, muy ameno de leer ;).



martes, 8 de noviembre de 2011

Sobre los finales

Hace unos días que se acabó una relación que tenía. Parece ser que éramos incompatibles. Lo que me lleva a preguntarme si eso era así o es que no nos esforzamos lo suficiente. Para mí las relaciones de pareja son algo importante, son un bonito proyecto que se tiene que empezar con ilusión, cuando te embarcas junto a alguien porque te gusta de forma especial y quieres conocerlo mejor dentro del compromiso que ofrece la relación: de confianza, fidelidad, respeto, compañía, y muchas dosis de esfuerzos por comprender al otro y aceptarlo.

En los dos o tres primeros meses todo es muy bonito. Parece que queremos ser apreciados y valorados y nos mostramos encantadores, limando nuestros "pequeños" defectos, escondiendo nuestros "cabreíllos" e intentando mirar con buenos ojos las intenciones del otro. Con el tiempo, se tiende a la acomodación y al malestar que, en general, conlleva. Pues se espera todavía que la otra persona nos intente seducir y se maraville aún con nuestras pequeñas particularidades.

Se pasa a la aborrecible fase de discusiones estériles y sin sentido, donde no es tan importante lo que se dice como sentir que nuestra pareja nos comprende y consuela. Buscamos un compañero de viaje largo, también tiene que conocer nuestra peor parte (mientras no sea como el oscuro pasajero de Dexter, jeje). Hasta aquí bien. Pero, si uno se pierde en las palabras y no llega a conectar realmente con esa persona, se va creando una fisura. Una distancia que con cada nueva discusión crece y crece hasta convertirse en una grieta insalvable. E insondable, porque uno quisiera tirarse por ella y salir por la vía rápida de la relación, ahora destructiva.

Así que cuando todo se acaba, uno se siente felizmente aliviado, nos hemos quitado un gran peso de encima, estamos orgullosos de habernos librado de... vaya elemento! Que lo aguante su madre! Y envidio a quien deja las cosas aquí y sigue su camino como si nada.



Porque para otros es el principio de un pedregoso camino plagado de dudas y preguntas sin respuesta. Y la vista ya no se dirige tanto a las faltas o defectos del otro, sino a los propios. A solas, no nos queda otro remedio que rendir cuentas a nuestra propia conciencia. Hay muchos que tienen un gran ego y todo se lo perdonan a sí mismos. Hay otros que no pueden vivir con la mínima culpabilidad y se castigan duramente por los fallos cometidos. Seguramente los vuelvan a cometer.

Y otros, en cambio, no acaban de ver la luz entre tanto matiz de gris. Toca pasar por el dolor del reconocimiento de los propios errores, comprender el por qué se actuó de la forma en que se actuó, intentar aprender de ello, aunque sabiendo que siempre hay nuevos fallos por cometer. Era tan importante lo que exigíamos para renunciar a seguir intentándolo?

Sólo uno mismo tiene la respuesta pero, me temo que muchas veces no hay respuesta. Para mí, esto es lo más difícil de aceptar. Lo que sí está claro es que a veces, sin quererlo, nos vemos metidos en una relación insatisfactoria, que tiene forma de círculo y del que no sabemos salir, porque todo lo que intentamos como solución nos lleva otra vez al mismo lugar. Por eso, el cortar definitivamente, puede ser una solución drástica para salir de esa circularidad viciosa y poder sopesar qué demonios nos cegaba tanto, en qué punto perdimos el control y decidimos saltar del barco, cada uno por su lado.

Una relación fallida es un fracaso personal, sí, un intento de llegar a la más grande y agradable intimidad con otro ser humano que dejó al descubierto nuestras carencias personales, nuestra falta de habilidad para entregarnos y abrirnos, nuestro lado exigente e infantil o cualquier otra parte de nosotros mismos que quisiéramos no tener o, al menos, poder tener en el fondo del armario bien atada y amordazada. Pero también es una experiencia para el aprendizaje personal, para el control de las emociones, el autoconocimiento.





Por eso, sobretodo, una relación es también una relación con nosotros mismos y a veces, a quien no aceptamos es lo que vemos reflejado en el espejo que nos muestra el otro. Nuestro reflejo. Que no queremos reconocer como propio. Siempre es más fácil culpar al otro que convivir con la culpabilidad!

Por eso vuelvo al principio... éramos incompatibles o no nos esforzamos lo suficiente por encajar cada uno en la vida del otro?


lunes, 7 de noviembre de 2011

Chica busca chico

Soy una chica de Barcelona. Aunque con 33 años debería llamarme mujer, pero hoy día todos nos sentimos jóvenes. Y no me extraña, porque la inmadurez está a la orden del día. Incluso en mí.

En este espacio pretendo narrar mis aventuras y desventuras relacionadas pues... con, precisamente eso, las relaciones, ya sean de amor, de desamor, de sexo, de abstinencia (forzada u opcional).  En busca de esa persona especial que no acabo de encontrar. Pero también de las diversas visicitudes de la vida con las que me vaya topando.

Reflexiones en voz alta, a modo de diario, que espero me sirvan para ir acomodando todas esas vivencias en un sitio que me permita ir madurando sobre la marcha y, al mismo tiempo, compartirlas por si a alguien le entretiene la lectura de éstas, que espero sea íntima y divertida, pues pase lo que pase, intentaré no perder nunca ese toque irónico que me caracteriza.