miércoles, 30 de mayo de 2012

El fracaso del 2

Hablando con unas amigas sobre las relaciones y el desamor, se me ha ocurrido la pregunta de por qué fracasan muchas relaciones.

Pensando sobre ello, creo que, ya desde un principio, es muy fácil acabar involucrándose en una relación seria cuando se tiene cierto grado de intimidad. Las dos personas se empiezan a conocer, se gustan, se atraen y el tiempo va pasando. De repente, ahí está: estamos comprometidos. Tal vez no de la manera formal pero sí que uno siente que tiene que cumplir con su parte del trato. Bien, aquí no hablaremos de las personas promíscuas que no sienten que tienen que cumplir nada, que con sólo aparentarlo y tener engañada a su pareja ya es suficiente.

Así que, en la mayoría de los casos, sin que fuera un objetivo, simplemente acabamos saliendo en serio con personas que no son realmente lo que quisiéramos. Acabamos haciéndonos conformistas y la rutina que hemos construído con esa persona es muy poderosa: la necesitamos para hablar, para sentirnos bien. Pero no nos llena. Nos damos cuenta pero no queremos admitirlo.

Tenemos que justificar tanto tiempo invertido (este motivo sale en algunos estudios como una de las causas de por qué algunas mujeres maltratadas no consiguen querer separarse de sus parejas). Cuando tenemos una relación seria, las personas que nos rodean se hacen a la idea. Si todo va bien, sentimos que nuestra pareja es aceptada por las personas que nos importan, que ya pasamos de ser uno a ser dos. Por ejemplo, cuando nos invitan a una cena o a salir de copas. Pero, cuando va mal, romper con la pareja y tener que dar explicaciones es algo que suele retardar el atreverse a dar ese paso. Casi nunca nos piden explicaciones, realmente. Con decir excusas trilladas como que no congeníabamos o no había pasión suficiente ya solemos acallar las dudas de nuestros conocidos. Aunque de excusas no suelen tener nada, suelen ser gran parte del problema. Pero esas personas se convierten como en la opinión pública para nosotros. Qué van a pensar si tiramos por la borda una relación de 8 años sólo porque en la cama ya no hay pasión? Tenemos acaso motivos de peso para hacerlo? Y cómo justificamos entonces que pasáramos tantos años con ella? Es que el amor se fue de un día para otro? Sabemos bien que esto no es así, que es algo progresivo y que el paso de dejar a alguien se suele dar despúes de dar muchas vueltas al problema, aunque sea sin hablarlo con la pareja, generando meses o incluso años de dudas, de sentir que se estar retardando el finalizar algo que no tiene futuro.

Aunque casi siempre es algo más personal. Cómo justificamos ante nosotros mismos que hemos hecho durar tantísimo tiempo una relación que realmente no nos llenaba? Cómo hemos podido aguantar tanto si ya hace años que sentimos que estamos en esa relación por inercia, no por voluntad propia?

Nuestro subconsciente nos dice lo que realmente necesitamos. En nuestros sueños eróticos no suele haber sitio para nuestra pareja, soñamos con desconocidos que nos hacen volver a experimentar un poco de pasión. Algunos dirán que el subconsciente es libre y no se lo puede controlar, por eso soñar con otras personas es sano y normal. Es cierto, tampoco es señal de nada el soñar con otros, incluso a veces soñamos con cosas que nos perturban o disgustan sinceramente. Pero precisamente es libre porque no se lo puede reprimir con nuestras racionalizaciones de lo que es correcto o incorrecto, de lo que DEBERÍAMOS querer o sentir. Puede ser una vía de escape a lo prohibido porque no nos permitimos tener más estímulos de los que nos gustan o necesitamos en nuestra vida real.

Lo mismo pasa con nuestras fantasías. Ya no nos hace gracia que entre nuestra pareja en ellas. En vez de querer compartirlas y hacerlas realidad, lo justificamos diciendo que son algo íntimo y personal, privado y que, por ejemplo, imaginar que estás teniendo sexo con un amante en vez de con tu pareja es bueno para la vida sexual de ambos. El sexo se va espaciando y queda como una pequeña parcela en la que se hace y aparenta más por cumplir que no porque se sienta deseo. Y espaciando el sexo, nos sentimos más distantes de esa persona.

En las contracciones del parto las mujeres emitimos una hormona, la oxitocina. Se la considera la hormona del amor.  Es la causante de que, cuando la mujer pare, sienta ese vínculo tan fuerte con su bebé. Así la naturaleza se asegura de que las madres tengan más probabilidades de querer darlo todo por sus hijos. En el acto sexual también la emitimos, pero en menor cantidad. Por eso el sexo une a muchas parejas, porque esa hormona fortalece el vínculo con sentimientos de amor.

Nuestros compromisos son mayores, igual ya estamos viviendo juntos y tenemos gastos comunes. Cuando hay una hipoteca de por medio o hijos, la decisión de romper y empezar de cero cuesta más de tomar.

Así que, cuando empieza a ir mal, pensamos: ya son muchos meses o años los que llevamos, hay que luchar por esto, hay que intentarlo. A veces no luchamos por esa persona, sino para sentir que hemos hecho todo lo posible por una relación larga. A veces lo que más cuesta es renunciar a nuestra historia y empezar de cero. A veces ni siquiera admitimos que eso es lo que queremos, es como una traición hacia nuestra relación. Y ya digo, más que esa otra persona, parece que a veces nos importa más LA RELACIÓN en sí misma. El estar de forma estable con alguien que en una época nos tuvo enamorados o que nos aporta cierta rutina que nos da seguridad u otras cosas.

Igual la solución no está en tirar por la borda años de relación ante la primera crisis de pareja que surja, pues éstas forman parte de las relaciones sanas y pueden ayudar a fortalecer los vínculos y consolidar más aún la relación. Como un toque de atención de que hay cosas que hemos estado descuidando y tenemos que volver a retomarlas para hacer feliz a esa persona que queremos que siga a nuestro lado. Pero tampoco está la solución en pasarse años y años con esa sensación secreta de fracaso personal, de vacío interno al saber que tarde o temprano, quisiéramos dejar a esa persona mientras vemos, en parte disgustados y en parte complacidos, cómo nos vamos involucrando y comprometiendo más y más en objetivos comunes. Que nos gustan, sí, pero realmente quisiéramos realizarlos y compartirlos con otra persona.

La solución estaría en conocerse mejor a uno mismo, en ser sincero y admitir qué se siente y qué se necesita. En ser consecuente y luchar por lo que se quiere, sabiendo que toda ganancia tiene siempre un precio que acostumbra a ser alto. Y si uno necesita un tiempo para asegurarse de que decide bien y no se va a arrepentir, es buena idea, pero tampoco conviene alargar la toma de decisiones eternamente, porque estar seguros de este tipo de decisiones es casi imposible. Siempre viene la duda, más tarde o más temprano, porque siempre perdemos cosas con cada relación que damos por finalizada. Pero hay que buscar la plenitud ya que vida sólo tenemos una y tenemos que ser nosotros mismos quien decidamos cómo quererlos vivirla, dentro de nuestras posibilidades.

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